¿Jerez de la borrachera?

Lo dicho: Jerez está de moda. La ciudad se ha reinventado. Hay gente ganando mucho dinero y haciendo fortuna con la nueva realidad turística. Pero no es oro todo lo que reluce

Jesús Caballero Ragel

Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla y doctor en Artes Humanidades por la Universidad de Cádiz 

Turistas en el centro de Jerez, soportando el calor.
Turistas en el centro de Jerez, soportando el calor. MANU GARCÍA

Jerez está de moda. Se ha conseguido lo que parecía impensable hace dos décadas: convertirse en un destino turístico importante en Andalucía. Y además, con un sello muy personal donde no faltan eventos muy variados y atractivos: tradicionales, etnográficos-culturales, deportivos, etcétera.

La agrociudad que vivía del campo, la ciudad industrial de los años 60, la del aperturismo económico franquista con una exportación vinícola esplendorosa y el desarrollo de una importante clase media comercial se vino abajo en los años 80 con la crisis del petróleo. Después vino el Jerez de la especulación urbanística de finales del siglo XX que hizo de Jerez una ciudad inmensa —no por ello insostenible— y arruinó a su Ayuntamiento.

Hoy tenemos una ciudad que vive del turismo, de la hostelería y del comercio de las grandes superficies, que se han llevado por delante el comercio tradicional y su antigua clase media. Por muchos polígonos industriales que se han construido, no se ha conseguido hacer de Jerez un atractivo industrial y se adolece de fuertes empresas que aporten el empleo industrial suficiente que necesitaría la ciudad. Sin duda, la localización periférica respecto a Europa ha influido en este fracaso industrial.

La ciudad está muy bien planificada para que acudan visitantes durante todo el año: las Zambombas populares, únicas en el mundo, que han hecho de Jerez el centro de la navidad española; el Festival de Jerez, que ha demostrado que para revitalizar el flamenco no hacía falta un macroproyecto, sino salas de actuaciones y buenos festivales; La cercanía a Cádiz que hace que Jerez se llene los días de carnaval en la capital; la Semana Santa, fiesta tradicional que trasciende los religioso y llena los hoteles; La  Feria del Caballo, con su sello inconfundible de eventos en torno al caballo y sus casetas abiertas a todos los visitantes; El Mundial de Motociclismo, que llena los establecimientos turísticos de toda la provincia y de la que cada vez se beneficia menos la propia Jerez, con la omisión de la Diputación Provincial que apenas aporta.

Jerez se consagra como turismo de segunda línea en verano, con alojamientos sensiblemente más baratos que en la costa. A pesar de que no hay quien aguante el calor en verano, Jerez explota sus frescas noches de verano con festivales de música privados que atraen numeroso público y una oferta hostelera y gastronómica variada. Las fiestas de otoño atraen a un público refinado en torno a la cultura del vino –lástima de la supresión de la Feria de la Vendimia, que se abolió por clasista- haciendo de septiembre un mes lleno de acontecimientos.

 Todo esto se completa con las actividades culturales periódicas del teatro Villamarta —pronto habrá dos salas más—, festivales musicales para jóvenes, las visitas a las atractivas bodegas, el aumento de los recintos museísticos (catedralicio, arqueológico, de Belenistas, Bodegas Tradición, Lola Flores, etc.), la visita a nuestras impresionantes iglesias o algunas casas privadas de abolengo, el espectáculo único que ofrece la Real Escuela del Arte Ecuestre, otras competiciones deportivas, etc.

Lo dicho: Jerez está de moda. La ciudad se ha reinventado. Hay gente ganando mucho dinero y haciendo fortuna con la nueva realidad turística. Se han multiplicado los establecimientos hoteleros, los apartamentos turísticos, los bares y los restaurantes.

Pero no es oro todo lo que reluce. Aparte de que todo es mejorable, Jerez empieza a sufrir también las consecuencias negativas de la gentrificación turística. El mismo nombre ya es desagradable. Las zambombas se están convirtiendo en macrobotellones urbanos. El ruido que genera la gente en las puertas de los bares molesta el descanso del vecindario. Las casetas de feria se convierten en discotecas estridentes a partir de la madrugada. Los apartamentos turísticos —si bien han salvado de la ruina muchos edificios históricos— han encarecido los alquilares en Jerez al disminuir la oferta de pisos de alquiler duradero. Sin duda, hay que regular y limitar su implantación

Si ya teníamos un casco histórico despoblado y arquitectónicamente degradado, los problemas de la gentrificación pueden acabar por ahuyentar a la escasa población del casco histórico e impedir su necesario repoblamiento y  su revitalización.

Jerez está en un momento crucial en su definición como ciudad turística. Ojo, jerez es una ciudad de vino y estamos a un pelo de un turismo de borrachera, que daría al traste con todos los esfuerzos que hasta ahora  se han hecho. La sombra de Magaluf o Salou, donde el turismo se ha convertido en un infierno para los vecinos, planea sobre la ciudad. Aún estamos a tiempo de que Jerez de la Frontera no se convierta en Jerez de la Borrachera.

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