Hablar de un Papa progresista plantea serios problemas, pero no sé si menos problemas que cuando hablamos del progresismo político de determinadas opciones partidistas. En todo caso, el progresismo o conservadurismo de los Papas creo que debemos comprenderlo en el contexto de las interioridades vaticanas. En este sentido los hubo más abiertos a determinados cambios y más carpetovetónicos.
Para empezar por algún lugar comencemos por la obsesión de la unidad de la Iglesia católica, y cómo para garantizar esa unidad el conservadurismo sería la opción necesaria para evitar un cisma intercontinental. Europa no es la unidad de medida de todas las cosas, digo de paso. Recordemos la Academia Española de la Lengua y tendremos un acercamiento real a la situación que vive El Vaticano.
La Academia Española de la Lengua es también una monarquía absoluta y electiva, cuyos miembros son elegidos por cooptación y discuten entre ellos, los cooptados, cuáles serían las normas para el uso correcto de la lengua. Luego, la lengua, como la moral, en su uso cotidiano, se usa en diferentes planos y registros. Cada quien la maneja como le da la real gana, aunque no tanto. Si en la lengua hay una enorme oposición contra el uso inclusivo de la lengua, desconociendo la existencia vieja del morfema /e/, por ejemplo, en la moral cristiana se olvida permanentemente aquello de que los mandamientos se cierran en dos: “amar a dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. De donde se deduce que no se puede amar a dios sin amar al prójimo, dirían muches; y otres dirán que antes que amar al prójimo hay que poder amar a dios, y que ese amor sería amar y cumplir su ley. Es en esto en lo que las gentes, desde hace muchos siglos, no han comprendido que la ley de dios existe como resultado de sus disquisiciones ideológicas e ideologizadas de los clérigos y los teólogos. Es entonces cuando empiezan las hogueras y los latines, para que nadie entienda nada y el alto clero pueda hacer de su sotana un escondite.
Ese conservadurismo lingüístico que permanentemente propone la Academia chocaría con la realidad plural y muy regionalizada del uso de la lengua, pero resulta que funciona, excepto entre los ortodoxos puristas que luego terminan siendo laístas o con otros errores peores. Hablan de estética o de belleza de la lengua, y las unen a una realización que recuerda a los juristas decimonónicos de lenguaje alambicado e ininteligible, que se lucen tan oscuramente con su léxico y su sintaxis que luego hay que andar solicitando aclaraciones a las sentencias. Triste que la lengua no sirva para entenderse y sea útil para impedir el entendimiento, y así garantizar el gobierno de las cosas para unos pocos, bautizados a sí mismos como los meritorios.
La lengua de los teólogos, cardenales y obispos, especialmente, es críptica, como la de los académicos y juristas, para que nadie se atreva a poner en duda lo que dicen, aunque sean pamplinas o cosas peores. Siempre hay una masa ignorante y huérfana que, henchida de miedo ante una vida eterna después de no sé qué resurrección y un juicio severo, siempre condenatorio, apoyará toda normativa que sea restrictiva para vivir en los carriles de lo que estaría bien, y así asegurarse la salvación y una vida eterna sin Pedro Botero. Lo restrictivo hace pequeño el mundo, y para ellos comprensible y habitable, ese mundo que a las gentes sencillas les resulta incomprensible e inhabitable. Tan lleno de peligros y tentaciones: la teoría de la saturación, como se ve, es antigua desde los tiempos en que no había medios de comunicación ni redes antisociales que crearan infoxicación. La religión era, y sigue siendo, el motor principal de saturación en muchos lugares del planeta Los predicadores, y los romanceros medievales, daban noticias e invenciones para llenarle la cabeza de chamullo a las gentes.
Para el cristianismo, el mal estaba en cada esquina. Una religión obsesionada, no la única, con un mal invisible y siempre presente, para crear miedo y la posibilidad de control. El mundo, el ser humano, no producen tanto mal, así que había que inventar mal a cada paso. La otra obsesión siempre fue la destrucción del mal, para así crear la amenaza suficiente que imponga su orden moral y social.
¿Alguien puede describirme qué es el mal? Atención a los entusiasmos porque llevamos toda nuestra civilización, por cierto cristiana, tratando de definir el mal. El mal. El mal es la menstruación. El mal es la diferencia anatómica de las mujeres, El mal es una sexualidad perfectamente definida por quienes no tienen ningún conocimiento de la sexualidad: los sacerdotes, obispos, cardenales y el Papa. El mal es cualquier pregunta que altere el derecho natural de la propiedad, el iusnaturalismus, el que por cierto no ponía en tela de juicio esa rerum novarum que ahora se puso de moda como el no-va-más revolucionario, y que fue escrita para combatir cualquier intento revolucionario: para cristianizar el movimiento obrero, porque se les iba de las manos.
Algunos antiguos rituales destruidos por el cristianismo realizaban acuerdos de convivencia con los diferentes y no destruían el mal, sino que acordaban repartir el territorio habitable. El cristianismo llegó con hogueras e instrumentos de tortura para destruir el mal y disfrutar sin límites su propio sadismo. Si el mal es el otro, el diferente, el que te lleva a preguntarte sobre sus convencimientos y tu estilo de vida, y tú vienes a destruir el mal: tú viniste a destruir a todo lo diferente y a los diferentes. Si la presión social se reúne con suficiente fuerza de resistencia y ves que no puedes, o no debes, destruirlos los toleras, haces con ellos un acuerdo de mutua convivencia para el que permites la incorporación de ciertos elementos de su estilo de vida para alcanzar una paz posible: el sincretismo, que tiene motivaciones diferentes en cada lugar.
Es asombroso que se diga desde la Iglesia católica que porque la homosexualidad se condena con la pena de muerte en determinados lugares del mundo, esa misma Iglesia no debe pronunciarse allí en favor o con disculpa hacia la homosexualidad. Hacen así exactamente lo contrario de lo que predican por solo una ambición política: no perder presencia y poder en esas regiones del mundo. Pretenden, como disculpa, que hay que entender las idiosincrasias de cada lugar. No era esto para lo que pronuncian la santidad de los seres que entregan sus vidas por causas justas. Parecería que la causa justa fuera la existencia de su iglesia y no la vida amenazada de las personas diferentes. Bueno, diferentes. Primero esa misma Iglesia los había declarado diferentes y, por diferentes, peligrosos. Como a las mujeres. Como al socialismo.
Los sabios, que los hay, aunque queden poco visibles, son esas comunidades de base que bregan todos los días por el amor al diferente, la comprensión y la justicia, y dejan que cada quien administre su culo como le dé la gana, que ya dijera Camilo José Cela. O no se ponen pesados contra las mujeres o dejan en paz a los niños.
Pero claro, ese ímpetu por su propia idea de la pureza es el mismo que el ímpetu, ahora, porque León XIV sea americano. Y sí, León XIV es americano, pero no existe ningún país en la tierra cuyo nombre sea América. América es todo un continente. Y detrás de esta pureza también llega el cultivo de otro odio: el odio contra los emigrantes, porque son diferentes y los diferentes y lo diferente son el mal. El dragón de san Jorge o el de san Miguel. En medio de todo esto, el Papa es la gran mezcla migratoria en su propia persona.


