Imagen de un conductor repostando en una gasolinera. Temor ante el 'colapso total' a final de año.
Imagen de un conductor repostando en una gasolinera. Temor ante el 'colapso total' a final de año. JUAN CARLOS TORO

La inflación subyacente es un concepto métrico que surgió a partir de la crisis del petróleo en la década de los 70. Consiste en restar los precios de la energía y de los alimentos no elaborados a la inflación general. La explicación de esta operación contable es que estos dos mercados (energía y alimentos) están sometidos a fluctuaciones y turbulencias muy fuertes con de ciclos muy cortos. De esta forma la gráfica de la inflación resultante indica de forma más depurada las tendencias dominantes de los precios sin las perturbaciones de la energía y los alimentos. Mediante esta operación conceptual el modelo teórico se simplifica, dejando al descubierto la  estructura analítica nuclear de la evolución de los precios sin el ruido proveniente de la energía y la agricultura.

Esto es como si al pesarme, la báscula indicara 110 kilos (sobrepeso) pero a esa cantidad le resto las calorías provenientes de los hidratos de carbono y del sedentarismo (peso subyacente). Total, la cosa se queda en que realmente peso 70 kilos y como mido 1,80, el IMC (Índice de Masa Corporal) resultante no arroja ningún problema del que preocuparse. Este truco de “magia potagia”, y otros muchos más, ha sido empleado por la economía convencional desde la segunda mitad del siglo XX. Si la realidad biofísica estorba a los modelos teóricos, eludamos la realidad biofísica y asunto resuelto. No es casualidad que los bancos centrales adoptaran con entusiasmo el nuevo concepto y que los modelos teóricos ignoraran sistemáticamente fenómenos tan cruciales económicamente como el cambio climático.

La economía convencional es una economía nihilista que está construida para negar la evidencia biofísica de la finitud y la materialidad del metabolismo social. Tanto el monetarismo, como el marginalismo o el keynesianismo coinciden en atribuir la causa central de la inflación a manejos institucionales (política monetaria o incremento de la demanda). Si damos por hecho que los recursos naturales son infinitos desde la suposición de que siempre será posible substituir capital natural por capital tecnológico, las fluctuaciones de los precios de la energía y los alimentos  son una variable  exógena  perturbadora.

Buena prueba del éxito de este concepto es que un economista crítico como Krugman, en una entrevista, le restaba importancia al aumento de la inflación general, porque la inflación subyacente no era tan elevada. Achacaba el economista norteamericano el precio de los alimentos y la energía a la guerra de Ucrania, como si la invasión de  este país no estuviera relacionada con las mismas condiciones biofísicas que provocan el aumento de la inflación, y que son muy anteriores a la acción militar de Putin.

Por este mismo motivo han sido ciegos al cambio climático, que entre otros muchos efectos, va a reducir notablemente la productividad de los suelos e incrementar el uso de insumos energéticos. Si es cierto que los precios reflejan la escasez real y la expectativa de escasez futura, es evidente que la inflación en estos dos mercados (energía y alimentos) será constante y estructural. Las turbulencias de la que huyen los economistas, instalados en los paraísos  teóricos de mercados perfectos; son las turbulencias extremas  de una realidad metabólica que grita de dolor en los mercados, o peor aún en los campos de batallas de guerras aparentemente incomprensibles.

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