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El jardinero puede permitir tranquilamente que su jardín crezca independiente; bastará con que promueva y garantice una sólida gestión del medio ambiente.

Un jardín sin jardinero no es necesariamente un jardín sin alma ni está muerto, al contrario de lo que cantaba Manuel Machado. Simplemente es un jardín independiente, donde campan a sus anchas las plantas locales, que no requieren riego, donde las bulbosas y las gramíneas pueden retornar cada primavera y donde los cactus y las plantas crasas, venidos de países lejanos, se naturalizan sobreviviendo gracias a sus hojas y tallos suculentos. 

El jardín independiente no necesita jardinero; sus plantas y árboles no acatan órdenes ni sirven al jardinero, no le entregan sus frutos, no lo reconocen ni se subordinan a él. Crece autónomo, autosuficiente, libre, emancipado. Con todo, su independencia es limitada: no en vano todo jardín depende de su entorno. El jardinero puede permitir tranquilamente que su jardín crezca independiente; bastará con que promueva y garantice una sólida gestión del medio ambiente.

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