Miembros de Amare, en un acto promovido por la asociación.
Miembros de Amare, en un acto promovido por la asociación.

Me invitan a celebrar la puesta de largo de la Asociación Amare LGTBI de Puerto Real. En concreto, se pone en contacto conmigo su presidente, José Manuel Acosta, quien llegó hasta mí a través de una amiga común, la bloguera Mar Varela, secretaria también de la asociación.

Es un honor que me halaga y alimenta mi ego, pero les confieso que al principio me asustó la idea de no estar a la altura del espíritu entusiasta que transmite una iniciativa así, en estos momentos de mi vida. No les niego que estoy algo cansada y decepcionada.

Ellos luchan con energía por la libertad de libertades, más allá de colocar una bandera multicolor en la puerta de los consistorios. Defienden vivir el amor y las relaciones sin obstáculos, lograr que el amor si choca de frente con lo “normal”, franquee cualquier muro coronado con los trozos del cristal más hiriente: el miedo y la ignorancia.

Y recuerdo un instante las palabras del profesor de filosofía Merlí Bergerón, personaje protagonista de la serie homónima que hemos visto en casa hace poco. A mí, como a él, me chirría ese concepto de “normal” que no es más que una etiqueta contaminada de conservadurismo rancio y prejuicios.

No hace demasiado que servidora también tuvo miedo a la diversidad por desconocimiento, antes de comprender que esa apasionada diferencia estaba también dentro de mí, dentro de nosotros. Ninguna relación es perfecta. Ninguna unión lo es. Vivimos en un mundo violento y malherido, y lo vemos todos los días en las noticias. Nada es normal. Ni nada no lo es. La naturaleza se expande más allá de nuestras limitadas convenciones sociales. Una realidad plagada de lugares para encerrar los impulsos más puros. La metáfora del armario, oscuro y asfixiante.

Pero para vencer la perplejidad y el desánimo, echo la vista atrás y recuerdo momentos que me nutrieron desde las raíces: aquella vez, tomé sus manos, jovencísimas, recién despiertas y pequeñas ante un mundo gigante. Me confesó que estaba desviándose del camino recto, trazado por otros que jamás entenderán lo más puro. Y que estaba bien. Su seguridad me pareció temeraria, es cierto. Y temí:

-Tu vida va a ser, a partir de ahora, muy complicada, querido hermano. Sufrirás. Y yo no quiero que sufras.

-Lo sé. Pero, ¿acaso tu existencia es fácil? ¿No sufres tú por sobrevivir? ¿No te duele el amor y el vacío de éste, también?

Abracé la temeridad también, desde entonces. Me sentí libre. El reto ahora es que no se me olvide esa lección de vida que debería aplicarme a diario: todo es complicado, claro. Pero nuestra voluntad de plenitud puede con las dificultades y los odios más enquistados.

Así que desde aquí, agradezco a los chicos de la Asociación Amare LGTBI que hayan contado conmigo para este momento crucial. Echará a andar, sin prisa pero sin pausa, para llegar bien lejos. Seguro. Eso es lo que les deseo. Aunque ojalá, en el futuro, no tengan sentido este tipo de asociaciones, ni el pertenecer a ningún colectivo concreto para proteger y defender la propia identidad. Ojalá no sean necesarias las reivindicaciones en una sociedad justa, diversa, libre, y por supuesto, feliz.

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