A veces el ser humano necesita besar el polvo, rendirse a lo que hay, dejar que los designios de una voluntad más fuerte que la suya lo arrastren, respirar, tomar aire, recomponerse después de un tiempo y tirar hacia arriba. Durante esa rendición todas las certezas se resquebrajan. Andar al borde de un precipicio y asomarse a él con el temor a ser succionado, son actos que muchas personas evitan no asomándose al abismo, es decir, al interior de sí mismos y a su propio infierno.
Mientras escribo pienso en dos personajes opuestos: un criminal y una santa. El mal y el bien circundan el odio y el amor como una serpiente con dos cabezas. El demonio y dios, diría la santa en un momento dado: “No sé cuál de los dos inspira mis visiones”. Del criminal no hablaré. Como los antiguos, deseo que el olvido se lleve su nombre, que ninguna novela ni true crime nexfiliano lo catapulte a la inmortalidad. Me quedo con la santa: Hildegarda de Bingen, una de las figuras más representativas de la Edad Media, pensadora, científica, visionaria, compositora, poeta, predicadora, médica. Sorprenden su cercanía y modernidad cuando leemos sobre ella, cuando la leemos a ella. Sepultada en el olvido durante ocho siglos, sus escritos médicos volvieron a la luz cuando fueron redescubiertos en el siglo XX , en plena segunda guerra mundial.
Nacida en 1098 en Bermersheim der Höhe, cerca de la ciudad de Worms, al sur de Maguncia y al oeste del Rin, muchos ignoran que a ella le debemos el sabor de la cerveza actual. Solo por eso se merece el título de santa ya que logró el milagro de convertir la cerveza original en la bebida espirituosa más universal del planeta. ¿Qué sería de la cerveza sin el lúpulo que preserva el líquido y le da ese amargor tan característico, que alimenta el cuerpo y el espíritu, que tomada en su justa medida (una es aristotélica cuando conviene ) proporciona salud y alegría?
Hildegarda fue el máximo exponente del poder de las mujeres dentro de la iglesia en una época, la baja Edad Media, en la que fue importante la alfabetización de las mujeres ya que están debían saber leer en latín para poder estudiar los textos sagrados de la antigüedad. Hablamos de las mujeres de la iglesia, hijas de familias nobles y pudendas que para ingresar en una orden religiosa conventual, sus familias debían contribuir con una dote importante.
Como ejemplo de mujeres cultas y poderosas en la iglesia puedo citar a Herralda de Landsberg, abadesa de Hohen Berg, en Alsacia y en España, a las monjas del monasterio de las Huelgas, en Burgos. La abadesa doña Sancha García ejercía de sacerdote para bendecir a sus novicias y presidía reuniones capitulares en los 12 monasterios que gobernaba.
A partir del siglo XIII, las reglas conventuales comenzaron a centralizarse y fue el papa Inocencio III quien volvió a decretar prohibiciones contra las mujeres: eso de tomar los votos a las novicias, ni hablar; oírlas en confesión, predicar y cantar el evangelio, ni hablar; las mujeres perdieron paulatinamente los privilegios y poderes en favor del clero masculino y ordenado. Les fueron arrebatadas las tierras y su ocupación y serán las escuelas episcopales en los capítulos catedralicios los encargados del estudio de los textos ocupando el lugar de los grandes centros monásticos. La enseñanza pasó a manos exclusivamente de maestros y doctores en teología. Para estudiar había que ordenarse sacerdote, oficialmente vetado a las mujeres.
Jutta von Sponheim educó a Hildegard quien ingresó con ella en el convento aledaño al monasterio benedictino de Disibodenberg. Es el siglo de los anacoretas que a falta de desiertos, se hacían emparedar en conventos y monasterios. Y eso es lo que hizo Jutta, abadesa de un retiro del que no salió nunca en los años en que estuvo confinada. Una celda tapiada una vez adentrada en ella, la habitación contaba con una ventanita que daba a la de de su pupila y por la que le introducían alimentos y agua. También daba lecciones a nuestra filósofa y a otras muchachas de la nobleza devenidas en novicias, a través del ventanuco, único eslabón con el exterior.
Hildegarda aprendió griego, música, ciencias de la naturaleza, salmos. A los 16 años tomó el hábito y no estando encerrada como su maestra, aprendió tanto de ella como de lo que le rodeaba y de los monjes del monasterio, especialmente de Volmar, que hizo de mentor y amigo desde que ingresara en el convento. También le facilitó la lectura y estudio de los libros que contenía la biblioteca del monasterio.
A pesar de declararse ignorante y afirmar que todo lo que escribía se basaba en visiones y audiciones dictados directamente por Dios, había leido a Cicerón, a los estoicos y epicúreos, a Platón, a Aristóteles, y tratados médicos como el de Trota de Salerno sobre ginecología y obstetricia, importantísimo entre lo siglos XI y XII.
Hildegarda apostó por una vida sana en concordancia con su concepción acerca de dios, el mundo y ser humano. Le dio una gran importancia a la relación armónica entre el cuerpo y la mente de modo que para ella, la enfermedad era la ruptura de tal equilibrio.
Comentó el desarrollo del aparato reproductor de las niñas entre los 12 y 15 años, muy precisas, así como la propensión al aborto espontáneo de las mujeres menores de veinte años y mayores de 50 así como a dar a luz a bebés con defectos congénitos. También son muy conocidas su descripción del organismo femenino y las explicaciones de la experiencias sexuales entre mujeres y hombres.
Por otra parte, su concepción mecanicista del mundo adelantan la revolución científica a varios siglos atrás. Su música se constituye en la primera versión medieval del oratorio como género musical. Compuso un ciclo litúrgico de más de 70 poemas o cantos espirituales en latín destinados a la comunidad de monjas de monasterio de Rupertsberg, fundado por ella en 1147, una música distinta al canto gregoriano y a la música cisterciense.
La historia está llena de mujeres que contribuyeron al desarrollo de las artes y de las ciencias, de la filosofía, de todos los saberes, teóricos y prácticos. De mujeres como Hildegard von Bingen, declarada santa y Doctora de la iglesia en 2012 por el entonces papa Benedicto XVI, se publican muchísimos trabajos. Solo hay que teclear su nombre en internet para que su extenso universo se despliegue entre nosotros, un cosmos lleno de riqueza intelectual y sensorial. Esto que escribo no es más que un entrante para despertar el apetito para el espíritu y para el cuerpo. Hay un menú maravilloso para almas inquietas y hambrientas de saber. Atrévanse. No sé arrepentirán.
