Hermosa anormalidad

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Fase 0 en Sevilla, en días pasados. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO (www.joseluistirado.es)
Fase 0 en Sevilla, en días pasados. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO (www.joseluistirado.es)

Ahora que nos disponemos a “desescalar” lo que sin darnos cuenta habíamos escalado y a transitar fases y más fases como si fuéramos los protagonistas de un videojuego, puede que estemos saliendo del hoyo. Ahora que casi nos hemos acostumbrado a estar solos para volver a estar juntos, parece que conseguimos algunos objetivos. Ahora que doblegar la curva se ha convertido en nuestra mayor obsesión y que nos tragamos plenos del Congreso y ruedas de prensa enteras como si fueran un maratón de Stranger Things, igual tenemos las cosas raras algo más claras. Seguimos amontonando incógnitas en nuestro saco de provisiones para el confinamiento, pero nos han definido algunos alivios.

Hay fechas aproximadas para volver a una terraza de bar, a entrar en una tienda de ropa o quedar con amigos, aunque para esto último haga falta tener la casa de un maharajá y tantos cuartos de baño como la Preysler. No sabemos cuándo viajaremos ni cómo lo haremos, pero esperamos que sea pronto. Tampoco sabemos, y esto es lo que de verdad duele, cuándo dejará de morir gente.

Y es que los muertos continúan, los sanitarios se siguen contagiando y los ancianos siguen cerrando los ojos en la soledad de una residencia o de una UCI, en el mejor de los casos. Pero son menos. Nos contentamos, y mire qué desgracia, con que cada día sean unos pocos menos. Estamos en la buena senda dicen, aunque los seres queridos de los que fallecen no piensen lo mismo. Por el camino queda la explotación de los falsos trabajadores autónomos de las empresas de reparto en bici, de los subcontratados de Correos Exprés, de los sanitarios sin medidas de protección ni horas de sueño ni contratos dignos, del personal de limpieza sin recursos… Queda también la lección que nos da el planeta, más limpio, más sano y menos herido ahora que, por imperativo legal, no lo machacamos tanto. Y lo que nos enseña la gente cada día: los que nos sonríen en el supermercado pero con los ojos, los que se apartan de nuestro lado por la acera, los que dan lo mejor que tienen a través de una pantalla.

Todos estamos deseando volver a nuestros días pasados. Aquellos en los que no apreciábamos el valor de salir a pasear cuando nos diera la gana, sentarnos en un banco a ver pasar el gentío o probarnos una triste camiseta de oferta. Tenemos demasiadas ganas de recuperar la libertad, de visitar un pueblo perdido al que nunca pensamos ir, de abrazar y besar de verdad, de pasar una noche bajo las estrellas, de bañarnos en el mar y tumbarnos al sol. Ansiamos con el alma subirnos a un mundo que siga dando vueltas, pero quizá no las mismas vueltas que le hacíamos dar. Ahora que lo único que nos importa es retornar a la normalidad, deberíamos aprovechar para aprender. Deberíamos comprender que el consumismo mata, que el planeta sangra por nuestra culpa y que nunca debimos arrasar como lo hicimos nuestro entorno.

Deberíamos aprender que los recortes en sanidad son una apuesta indecente y que a veces hay más políticos impresentables que políticos presentes. Que es repugnante traficar con la muerte para ganar votos o sembrar el pánico para multiplicar los seguidores. Deberíamos entender al fin que la mentira no es admisible y que todos nuestros actos tienen consecuencias. Si, cuando pase todo esto, somos capaces de incorporar ese pensamiento viviremos en una anormalidad bastante más hermosa que la mezquina normalidad que conocemos.

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