Una imagen de la huelga feminista del pasado 8M en Cádiz. FOTO: ESTEFANÍA ESCORIZA.
Una imagen de la huelga feminista del pasado 8M en Cádiz. FOTO: ESTEFANÍA ESCORIZA.

A Dinio, brillante intelectual grabado en la memoria colectiva aquellos primeros años del telecirco patrio, la noche le confundía, pobre. Y ha llovido mucho desde aquella imagen de Jesús Gil rodeado de tetas en un jacuzzi. Menos mal. Pero la noche, y las masificaciones alcohólicas siguen confundiendo mucho in Spain. De eso saben mucho los guiris que vienen a comerse Benidorm. Pero también se confunden y nos confunden a todos (y a todas) nuestros ministros y ministras, criaturitas, y a estas alturas da igual el color.

No volveré a dar mi opinión, otra vez, sobre lo que pienso sobre el caso de La Manada (los llamé jauría en este mismo medio), ni del asco que me provoca todo lo que les rodea. Lo que se habla. Lo que se silencia. Y arden las redes. Memes por un tubo con instancias para una noche de pasión consentida, firmada amistosamente por ambas partes. Y sí, pero no, que canta Bisbalito. Ahora sí, mañana no. Hoy no, pero sí. Y en medio, a ver quién baila con la fea, que sigue esperando en los bailes de fin de curso que algún chulazo a lo Danny Succo la eleve hasta la luna y le regale unas florecillas en brazalete. Ay, menos mal que aquí no tenemos esas costumbres tan retrógradas y no es necesario ir en pareja a bailar trap. Sí menos mal. Para ruborizarse ya están las letras calentitas. Úsame como kleenex, sí, pero que yo te diga que sí, que consiento. Déjate usar tú, sé mi “follamigo”, consiente. Los cuerpos están para disfrutarlos, ¿no? Lo malo es que el disfrute se diluye las más de las veces, y jugar con fuego quema.

Mi amigo y editor, Javier Sánchez Menéndez, en otro medio, da las claves: es la educación, más que la legislación, la que ha de revisarse. Es la educación, la que empieza en casa de papá y mamá, y que se prolonga para pulirse en la escuela, la que se ha de mimar, trabajar. En la que hay que invertir tiempo y todos los recursos posibles. No hay otra. La Educación tiene la llave que abre la puerta a un futuro mejor, y aunque parezca una perogrullada, puede mejorar nuestro presente y hacer de las fiestas del pueblo un lugar seguro. Estamos a tiempo de enseñar a los que van a empezar a volar.

Y a los papás y mamás (nos meteremos todos) sería necesario un tirón de orejas. Por ejemplo, una chica sola (un chico tampoco) de doce años debe evitar viajar en autobús lejos de casa, a unas fiestas nocturnas. Una chica, o un chico, de doce años debe evitar las copas largas (y las cortas). El alcohol es nocivo para su organismo infantil. No se trata de mojigatería: es sentido común, y la realidad es la que tenemos. No es control, ni represión. Ni vamos a traumatizar ni a amargar su juventud. A lo mejor, si estamos pendientes, no ocurren cosas ni casos como los que vemos en las noticias. Solo es un ejemplo. Entiéndanme. Eso también es educación.

Saber dónde está el límite entre lo que sí debe hacerse, o lo que no. Cambiar la realidad es un proceso lento. Pero a lo mejor no es imposible. Quizás venciendo la comodidad, implicándonos un poco más a fondo, consigamos más (y ahora me refiero a nosotras sobre todo) que saliendo en manifestación o vistiendo camisetas de un color determinado. Asquea el machismo, claro que sí. Y en el esfuerzo por una correcta educación también está el huir del fanatismo, cualquiera que sea su semillero, pues también es peligroso la moda del hembrismo agresivo y el extremismo feminoide. Antes, tenía bien clara mi postura, mi forma de pensar. Ahora, visto lo visto y leído lo leído, empiezo a dudar, y no sé yo si en estos tiempos que corren (vuelan) las mujeres estamos consiguiendo avanzar, o si se trata de todo lo contrario: somos demasiado activas en el desorden, ruidosas a veces, y ya se sabe, hay dinosaurios carnívoros que atacan solo si ven movimiento.

A propósito de la huida de uno de los dinosaurios mayores, Pérez Reverte (no lo culpo, pues ni la RAE es lo que era, poco esplendor tenemos), recuerdo aquello que les leí a él y a otro ejemplar jurásico como Marías sobre “las mujeres de antes”, en una antipática loa a los andares de la mujer, y a las sutilezas de lenguajes de seducción, como el de los abanicos o el usado por las geishas. Ni tanto, ni tan calvo. Pero a las mujeres nos deja en clara superioridad: podemos manipular si nos lo proponemos. Aunque no lo hacemos. Sabemos que no se trata de eso, y que lo realmente interesante es usar la inteligencia para otro tipo de menesteres más importantes y necesarios, ¿verdad?

Me gusta llamarme a mí misma persona hembrísima, perdonen, y no hago asco a un piropo, en su momento y en su lugar. Claro que no. Porque tengo la suerte de haber tenido unos padres que me han sabido educar en la libertad, en el respeto, en el no cuando es no, y en el sí, cuando apetece, sin tener que llamar al notario para dejar constancia, en la discreción, y en el amor, por encima de cualquier estupidez. Persona hembrísima y mujer, sin ñoñería, con lujuria si se tercia, pues claro, como la mayoría de las de mi quinta. Nosotras, que sabemos entender, sin necesidad de que nos hagan un croquis. Pero parece ser que muchos de esos valores se pierden, o no se conocen siquiera. Y en el intento de una igualdad por las bravas, perdemos el norte y somos como no nos gusta que sean con nosotras.

En fin. Todo esto para volver al principio. Vivimos unos años de difícil definición. Ya lo harán los historiadores en unos lustros. Veremos en qué queda este vaivén de palabrería y juicios sociales. A ver. Y sí, amigo Javier, todo está en la educación. Y es justo de lo que no se habla. A lo mejor no interesa.

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