Hay que desconfiar de los hombres feministas

A ningún hombre le es ajena la posibilidad de traspasar esa línea que separa la igualdad y el respeto, del maltrato y la violencia

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Miembro de la Asociación de Hombres Igualitarios de Andalucía. (A Rocío siempre, antes, después y luego)

Hay que desconfiar de los hombres feministas. Manifestación por el 8M en Cádiz, el pasado miércoles.
Hay que desconfiar de los hombres feministas. Manifestación por el 8M en Cádiz, el pasado miércoles. GERMÁN MESA

En cierta medida las personas somos lo que a lo largo de la vida vamos almacenando en nuestra memoria  y nuestro cuerpo. Ideas, sensaciones, olores, pensamientos, miradas, colores, miedos, amores, deseos, incertidumbres, obsesiones, risas, felicidad. De una pequeña parte de este singular material almacenado somos conscientes, y de la mayoría no, es la parte que se almacena en nuestro subconsciente, que desconocemos pero que determina nuestros comportamientos, pensamientos, y en definitiva quiénes somos. Por eso los seres humanos no somos entes aislados e independientes, y nuestro libre albedrío si es que existe, está muy condicionado por la costumbre, la cultura, la educación, y las normas de convivencia de las sociedades en las que vivimos. 

Suelo repetir que no escribo ni hablo desde la academia, y que mis opiniones no están basadas en horas de estudio. También que no pretendo convencer a nadie, y que mi objetivo no es otro que reflexionar sobre cuestiones a las que los hombres no prestamos atención. Asuntos relacionados con la igualdad entre mujeres y hombres. Por tanto, a nadie deberían molestar estas líneas, y en todo caso, sí discrepar, que es una práctica sana.

El Patriarcado es un sistema de normas que establece jerarquías, divisiones, desigualdades, y violencias, que favorecen al hombre y discriminan a la mujer. El machismo que es la cultura que se genera en torno a esa prevalencia de lo masculino, está en todo cuanto hacemos, vemos, oímos, sentimos, entendemos. Machismo y patriarcado usan la misma idea de la superioridad del hombre para imponer su visión de la vida. Ambos han creado un paradigma de hombre que responde a estos patrones, que todos y todas hemos asimilado y que resulta muy difícil de cambiar.

Recientemente he leído un artículo en eldiario.es de la periodista June Fernández, titulado El maltratador políticamente correcto, y su lectura me ha llevado a muchas reflexiones. La primera me ha traído el recuerdo de otro articuló que escribió donde contaba su experiencia de mujer maltratada por un hombre políticamente correcto. También explica que a ella se la ha silenciado en foros públicos a pesar de su denuncia, en tanto que a su maltratador no. Dice June, que hay estudios que demuestran que un número importante de casos esta situación se repite. No conozco a June, solo lo que de ella he leído, pero la creo.

La creo por la razón principal que más adelante expondré. He comentado mi escrito intentando contextualizar su contenido explicando que es el patriarcado, el machismo, y como nos influyen y condicionan a todos y todas la cultura y la sociedad, también dejando constancia de que esta no es más que una opinión. Si bien una opinión basada en la experiencia de un hombre que fue educado en un mundo masculino, y que convive a diario con hombres cuyos planteamientos de vida no hacen sino reafirmar sus pensamientos.

El título de este artículo no es casual, sino que responde a un convencimiento, no es por tanto un consejo porque no soy quién para darlo, pero creo que las mujeres y el movimiento feminista harían bien en ser cautelosas con los hombres feministas, los igualitarios, los hombres por la igualdad, y deberían serlo por sencilla razón de que, a pesar de todo, somos hombres. Hombres educados y socializados en un modelo antidemocrático y violento, en el que creemos y con el que vivimos sin renunciar a ninguno de sus privilegios. Por ello creo que son pocas las probabilidades de que un hombre que no hace nada por cambiar las reglas de la sociedad patriarcal en la que vive, sea seguro para las mujeres.

La huella del patriarcado y el machismo son tan profundas, incluso en aquellos que nos encontramos en ese proceso que llamamos de desconstrucción, que en nuestras mentes se mantiene viva esa idea supremacista que nos dice que somos superiores, y que tenemos derecho a tener derechos que ellas no tienen.

De esta forma damos legitimidad y credibilidad a nuestra palabra, y ponemos en cuestión, culpabilizamos, ironizamos, o quitamos veracidad a la palabra de ellas. Pensamos que seguimos siendo los buenos y las mujeres las malas, los inocentes y ellas las culpables, los leales y las traidoras. Y si a esto le sumamos ser un hombre políticamente correcto entonces la misión de demostrar lo contrario se hace imposible. Si no ya se encargará el sistema y su maquinaria de normalizar al maltratador, y ocultar a la víctima. Lo vivimos con la joven de la manada y recientemente con la chica víctima de los abusos de un conocido deportista. Nos negamos a aceptar que sus cuerpos no nos pertenezcan, y que su voluntad valga más que nuestros deseos y sesgadas interpretaciones. Por eso a ningún hombre le es ajena la posibilidad de traspasar esa línea que separa la igualdad y el respeto, del maltrato y la violencia. 

Creo que las mujeres hacen muy bien en mantenerse atentas, porque en tanto que el feminismo no sea capaz de cambiar de raíz la cultura y el sistema que alimenta las desigualdades, y provoque que los hombres le demos la vuelta al calcetín de una masculinidad tóxica y opresora, seguiremos siendo un peligro real y potencial para las mujeres. Los hombres por la igualdad también, por qué no.

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