Hacer aparecer la imagen

Nuestro fotógrafo nos deja ver, no la imagen nítida y fiel de lo que ocurre, sino el estado anímico que se refleja en la cámara analógica

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Matías Pizzi

Hacer aparecer la imagen.  PABLO MARTÍNEZ CALLEJA
Hacer aparecer la imagen. PABLO MARTÍNEZ CALLEJA

“Hacer aparecer la imagen”. Bajo este lema puede resumirse, a nuestro juicio, el proyecto fotográfico-filosófico de Pablo Martínez Calleja. Producto de un constante ejercicio y una práctica consciente, su labor implica abandonar todo deseo de control frente a la imagen, alejarnos de la intervención exagerada de lo que aparece, en este caso, en el marco del arte fotográfico. Pues, si pretendemos dominar la imagen, corremos el riesgo de imponerle nuestras categorías y conceptos, y así, se podría pensar legítimamente que el resultado del trabajo fotográfico lejos está de mostrar aquello que aparece ante la lente de la cámara. En este sentido, Pablo insiste constantemente en una intervención mínima de sus fotos.

Lejos de toda manipulación posterior, el único elemento que media entre la cosa y su ojo es la cámara digital que, paradójicamente y de modo rupturista, usa en función analógica, es decir, sin ningún tipo de corrección posterior. Aunque por vía digital, Pablo solo hace aparecer la imagen, el modo analógico en su sentido original: la analogía (análogon) entre la imagen y el ejemplar. Byung Chul Han señala con suma sutileza una serie de cuestiones que pueden iluminar el proceder fotográfico de Pablo. Por un lado, Han señala que la fotografía analógica, a diferencia de su versión digital, hace aparecer la cosa como tal, nos remonta a un recuerdo en el que aparece en carne y hueso el acontecimiento que el ojo intentó captar. Y por esto mismo, relata una historia. Esto último es, sin duda, uno de los motivos del trabajo de Pablo. Su fotografía es eminentemente narrativa, pues nos transporta a experiencias y vivencias que solo se iluminan en un recorrido, en una trama. Sus fotografías muestran la errancia de aquel especialista en fenómenos dinámicos, movimientos, procesos. No por nada nuestro fotógrafo es un estudioso y erudito de los carnavales en el mundo (Véase para esto la fotografía “Los violadores existían antes que las minifaldas”).

Todas estas reflexiones filosóficas son el resultado de mi encuentro con la exposición fotográfica de Pablo, realizada en Buenos Aires, y de modo más específico, en el Centro Cultural Savia Cultural, barrio de Villa Crespo, inaugurada el 11 de marzo de 2023. Apenas al llegar al lugar, encuentro a Pablo hablando y desplegando su arte dialógico con gente suizo-alemana, invitándome así a practicar mi propio alemán. También va apareciendo gente, diversas personas que testimonian la multiplicidad de amistades de nuestro fotógrafo. Si hay algo que también tiene su fotografía es el pertenecer a todos los lugares y a ninguno, reflejo de su propio proceder en el mundo.

Intentando ejemplificar lo dicho hasta ahora, me gustaría destacar algunas fotos de su presentación como dignos paradigmas de una suerte de realismo fotográfico, esto es, una praxis artística que, lejos de pretender transformar la imagen o construirla, tiene la intención más difícil, pero también la más simple: dejar aparecer la imagen. Aparece como digna de ser atendida la fotografía titulada “El perro de la calle Yatay”. ¿Qué vemos a simple vista? Nada más que aquello que tenemos que mirar: un perro mirando frutas y verduras con la simpleza de algo que le hace frente cotidianamente. Sin embargo, lo mágico de esta foto no es describir al personaje de la misma con detalle y perspicacia, sino a la invisibilidad del fotógrafo, esto es, hacer aparecer, de modo paradójico, la ausencia del autor. Pablo logra correrse a tal punto de la producción que el perro no se da cuenta que está siendo fotografiado, permanece en la cotidianidad de su actividad. La imagen aparece sin violentar aquello que se intenta mostrar.

En esta misma línea, cabe destacar también la fotografía “Un mamarracho de Carnaval”. Aquí vemos algo aún más radical, pues nuestro fotógrafo nos deja ver, no la imagen nítida y fiel de lo que ocurre, sino el estado anímico que se refleja en la cámara analógica. Vemos dos hombres vestidos con sus trajes de carnaval, pero no solo eso, pues estos aparecen mediante un contorno difuso que se logra con la última luz del día y el aparecer de la noche. Nuevamente, sin querer intervenir, Pablo muestra con su cámara un estado anímico del momento, y no tanto una “cosa” que debe ser fotografiada. Hacer aparecer la imagen es también dejar que se muestre la situación, sea un sentimiento, estado anímico o cosa. O dicho de otro modo, ser fiel a la imagen no implica siempre fotografiar cosas.

Por todo esto, la propuesta fotográfica de Pablo Martínez Calleja se asemeja a ciertas tradiciones filosóficas de corte neoplatónico, en tanto y en cuanto la imagen, lejos de ser una mera copia de un ejemplar, aparece y se muestra como una realidad en sí misma que merece ser atendida. Su caminar y vagar por las calles de Buenos Aires sin rumbo, en busca de nada salvo el momento preciso para hacer aparecer la imagen, mostrarla en su realidad bruta y fidedigna, implica un trabajo de actividad-pasividad. Esto lo confirma su total reticencia a aparecer en sus fotos. Su subjetividad es la del ojo que apunta y ajusta la mirada para que pueda aparecer la imagen. Así, Pablo nos lega una praxis fotográfica que se acerca a los debates filosófico-estéticos más actuales: ¿Qué lugar puede y/o debe ocupar el sujeto y su subjetividad a la hora de mostrar lo real?

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