Qué hacemos con nuestras manos

Las manos en los bolsillos representan la masculinidad, un modelo de hombre que solo se comprende desde el rendimiento y la actividad

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Miembro de la Asociación de Hombres Igualitarios de Andalucía. (A Rocío siempre, antes, después y luego)

'Qué hacemos con nuestras manos', un artículo de Juan Miguel Garrido.
'Qué hacemos con nuestras manos', un artículo de Juan Miguel Garrido.

Esta opinión va de algo intrascendente, puede que sea el resultado de la inactividad que deviene de la jubilación, trata de tiempo libre, o tiempo muerto, como lo llama el filósofo coreano Han. 

Los hombres gestionamos mal nuestra inactividad. Toda nuestra vida está conectada con el rendimiento productivo, de forma que cuando falta nos sabemos sobrevivir. Creo que eso nos pasa, y en parte lo visibilizamos a través del lenguaje corporal, ese que no necesita de palabras, y que en la mayoría de los momentos es ajeno a nuestra voluntad.

Llama mi a atención el por qué los hombres no sabemos estar inactivos, y un ejemplo claro son nuestras manos. Al contrario que las mujeres que lo evidencian con la naturalidad de sus gestos. Es raro que un hombre cuando está en pie, parado, no realiza nada “productivo”, o no tiene algo entre sus manos, no las lleve en los bolsillos. Es la postura o pose que nos caracteriza y mejor define. He visto a pocas mujeres con las manos en los bolsillos. Hagan la prueba y observen. 

Es como si su inactividad nos incomodara, y por ello las escondemos en los bolsillos, pero también agarradas entre sí a la espalda, como si estuviésemos esposados, o con los brazos cruzados sujetando nuestros codos, de forma que nos les falte a lo que asirse. La mayoría de las faldas y pantalones de mujer no llevan bolsillos. Será ocultar nuestras manos la razón principal de su existencia.

Las manos en los bolsillos representan la masculinidad, un modelo de hombre que solo se comprende desde el rendimiento y la actividad. Expresan la imposibilidad de ser al margen del rol asignado. Son la fotografía de una negación, la de nuestra vulnerabilidad. Unas manos vacías desvelan el incumplimiento de los mandatos patriarcales. Las manos finas y suaves, la de los afectos y las caricias, son las de la feminidad. Las fuertes y ásperas, las del poder, las jerarquías y la utilidad, son las de la masculinidad. 

Pasear cogidos de las manos es cercanía y complicidad. Dar la mano nos da un mensaje de respeto y acogida. El apretón de manos y la bofetada son algo propio de la hombría. Una caricia es una hermosa señal. Las manos vacías son la extensión de la desnudez de nuestros cuerpos. Unas manos abiertas un grito de “basta ya” a la violencia de género.

Los hombres tenemos que aprender a tramitar nuestra “inactividad”. Dejar el puñetazo en la pared, el golpe en la mesa, y las forzadas palmadas en la espalda. Acariciar es en parte y, sobre todo, cuidar y amar. Porque de eso trata este artículo y también la vida.

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