La última temporada de la serie Black Mirror confirma que la serie ha dejado de hablar del futuro para relatar el presente. Y eso la hace aún más inquietante. Casi todo lo que Charlie Brooker visualizó allá por 2011, cuando Google creó su red social Google + o Apple acababa de lanzar el iPhone 4 (ya va por el 14), se ha hecho más o menos realidad. Hay artículos en internet que enumeran todos los avances tecnológicos que parecían inauditos hace casi década y media, cuando los planteaban aquellos capítulos iniciales de la serie, y que ahora son realidad, 40 años después, por cierto, de Blade Runner.
Situaciones inimaginables vinculadas con la tecnología, recreaciones de ciencia-ficción, distopías de negros espejos cóncavos y convexos, han convivido con nuestra realidad cotidiana en los últimos tiempos, lo que ha provocado que Black Mirror haya envejecido rápido, hasta fijar su plano de acción en el presente más rabioso y siniestro. La realidad aumentada, las relaciones en el metaverso y la necesidad de un retiro de silencio para desintoxicarse de las redes sociales y la tecnología están a la orden del día, y son de esos temas de los que hablan los tres capítulos que rematan hasta el momento —habrá sexta temporada— el hilo que teje esa serie que entusiasma y aterra a partes iguales.
El conductor de VTC, que perdió a su mujer en un accidente de tráfico por culpa de una distracción al no poder dejar de poner los ojos en una publicación de redes sociales —una absurda foto de un perro—, sirve para la reflexión sobre la dopamina de los likes; y sobre la terrible adicción a la droga de las redes sociales. El chófer secuestra al último eslabón del gigante tecnológico —un becario— y amenaza con matarlo si no habla con el jefe supremo de la compañía, un hombre que gusta de jugar a ser Dios, pero que tiene que aislarse temporalmente de la terrible adicción a la droga de las redes.
Esta red social puede matar, puede ser ese mensaje que aparezca nada más abrir alguna de ellas mas pronto que tarde, al estilo de las cajetillas de tabaco. Usar esta red social perjudica seriamente su salud y la de los que le rodean, podría ser otra de esas impactantes advertencias negro sobre blanco.
Y luego la vida real y las relaciones personales. Sin entrar en el movedizo terreno de la infancia y la adolescencia, y su relación con estas aplicaciones, ¿no les pasa ya que hay personas que se ven insoportablemente superficiales en su virtualidad y luego son maravillosas en carne y hueso? ¿Como si jugaran un constante doble rol entre lo que muestran en sus redes y cómo son realmente en la distancia corta? ¿Cómo es posible que de niños quisiéramos jugar al escondite, como modo de ocultarnos, de ganar intimidad, y ahora todo sea exhibicionismo? El sueño de la razón produce monstruos. Estas redes generan un ingente ruido que hace que el ser humano no oiga “el grito de la razón y todo se vuelva visiones”.
La palabra red viene del latín rete, retis, (malla de hilo para pescar). Andamos pescados y bien pescados, pero también ansiosos por pescar los 15 minutos de fama que ya preconizó Warhol hace ahora 55 años.
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