El habitante del bajo

No hay que confundir al habitante de la planta baja con el indigente afincado en la acera de enfrente

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Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

El habitante del bajo. Norman Rockwell, 'Little Girl Looking Downstairs at Christmas Party' (1964).
El habitante del bajo. Norman Rockwell, 'Little Girl Looking Downstairs at Christmas Party' (1964).

Un consejo les daría: vivan en la planta baja de la mente. Allí donde la puerta da a la calle y la ventana se abre a paseantes y no sombreros, árboles y no matojos, coches y no juguetes en movimiento, donde se oyen los pasos y se distinguen los rostros.

Puede parecer sinónimo de pobreza mental, de pocas luces, de simplismo, pero no hay que confundir al habitante de la planta baja con el indigente afincado en la acera de enfrente. Aunque los dos residen en la misma calle, el primero posee una llave que le permite subir a la azotea, y desde allí disfruta del privilegio de comprender las cosas de otro modo: a vista de pájaro, encuadradas en una panorámica. El indigente mental, el pobre, no es capaz de ver las cosas desde lo alto, desde su cartografía, por lo que si se pierde en alguno de los laberínticos callejones de la vida le costará horrores salir de él.

Distinto es quien opta por alquilarse un apartamento en el décimo piso. Él sólo distinguirá las formas lejanas: los techos no dejan adivinar el número de plantas, el río humano carece para él de gotas, el bosque le impide ver los árboles. Mientras que el indigente camina por la vida sin saber con qué plaza o parque está a punto de cruzarse, el morador de las cimas se conoce de memoria todos los mapas, pero rara vez ha puesto el pie en el suelo. Y cuando lo hace suele perderse también, porque no conoce la aplicación del mapa al territorio, ese intervalo que otros llaman sabiduría.

El habitante de la planta baja sólo sube a la azotea para averiguar, asomado a la barandilla, el camino a seguir, y enseguida baja de nuevo. Si busca algo en los libros son mapas, no lugares; las coordenadas de la vida, no un refugio de ella. Sabe aprender cada día una cosa nueva, pero sólo si le sirve para olvidar cada día una cosa vieja.

Sobra quizás añadir que la planta baja es el corazón y la azotea es el cerebro. Bienaventurado quien transita sin dificultades de arriba abajo y de abajo arriba. El pobre indigente, por muy bueno que sea, se queda de por vida a pie de calle, y al pobre erudito, por muy listo que sea, le aterra caerse de su balcón y ver cómo las cosas se agrandan, se agrandan...

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