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Marshall McLuhan nos enseñó que la indignación moral es la estrategia tipo para dotar al idiota de dignidad.

¿Fue antes el huevo o la gallina? ¿Llegó realmente el hombre a la luna aquel lejano 20 de julio de 1969? ¿Jamón o queso? ¿Quién mató a John Fitzgerald Kennedy? ¿Melón o sandía? ¿Fue antes Pink Floyd o el doctor Freud? ¿Playa o montaña? ¿El amor o la paranoia? Eternas preguntas sin contestar que, tal vez, sólo el viento podría responder.

La impaciencia es norma. En nuestro tiempo todo es frenético. De ahí a que todo sea tan transcendente como un corte de pelo. Dicen los voceros de la televisión comprometida que vivimos tiempos de compromiso. Debes comprometerte con todo. Con el medio ambiente, con el vegetarianismo, con el animalismo, con lo que sea. Y, por descontado, con la nueva marca política que triunfa en las cadenas generalistas por la mañana, por la tarde y por la noche. La cosa es comprometerse. Algunos, con el compromiso político de una toalla, viven alarmados por un quíteme de ahí esas pajas. Marshall McLuhan nos enseñó que la indignación moral es la estrategia tipo para dotar al idiota de dignidad. O dicho de otro modo: todo fenómeno organizado alrededor de la indignación está condenado al fracaso. Se indigna aquel que no conoce las causas que le producen el efecto indignante. Se indigna aquel que únicamente sigue las consignas de un producto mediático. El otro día discutían dos amigos si esta realidad tan pintoresca en la que vivimos sería más propia de Tom Wolfe y La hoguera de las vanidades o de John Kennedy Toole y La conjura de los necios. Hay que reconocer que es una broma macabra no exenta de gracia. Históricamente se asocia la idea de España con algo dramático y tal. Antonio Gala sentenció que nuestro país realmente es una farsa.

A medidas que vas cumpliendo años vas reposando tus propios impulsos. Así hasta la vista cansada. Pasa el tiempo y fijas tu mirada más en aquel central férreo y seguro que en el irregular mediapunta pinturero. Escribía el pensador y ensayista Nicolás Gómez Dávila: "El instante libre disipa la vana claridad del día, para que se yerga, sobre el horizonte del alma, el inmóvil universo que desliza sus luces transeúntes sobre el temblor de nuestra carne". Da que pensar en estos tiempos tan agitados. Al fin y al cabo, la soledad, al cuadrado, se presenta, tal y como escribía el poeta, como la enfermedad de la vida moderna.

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