Giro al infierno

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Los técnicos municipales quieren un plus de peligrosidad, un ‘extra’ por ejercer una profesión con riesgo en el cargo. No es broma. En una semana negra se ha producido otra lesión grave en un alto empleado del Ayuntamiento –son ya varios los casos muy serios- y se ha anunciado que cinco de estos técnicos se sentarán, salvo que prosperen sus recursos, en el banquillo por una presunta corruptela política vinculada con la Gürtel. Muchos otros ya se han visto afectados por otras causas –finalmente sobreseídas- y otros tienen pendiente sentencia o han sido procesados por los más diversos líos judiciales.

Antes del desastre del mandato 2003-2007, el giro al infierno definitivo del Consistorio tras los tumbos que ya venía dando Pacheco en su crepúsculo como alcalde, los técnicos municipales eran gente muy respetada dentro del Ayuntamiento y anónima de puertas para afuera. Todos tenían meridiana su función, no fichaban al entrar y al salir pero trabajaban como un reloj. Se parapetaban tras el alcalde o el político de turno y ejercían el poder como una sombra que en la práctica conducía los designios del municipio. Es difícil encontrar en los pasillos municipales a alguien que no diga que para la plantilla cualquier tiempo pasado fue mejor.

Los ‘bien pagados’ de la Casa grande lo eran porque de alguna manera lo justificaban, aunque a veces se hablara de salarios obscenos, más propios de altos ejecutivos de multinacionales. Se crearon monstruos, sindicatos amarillos que sabían apretar cuando era necesario y levantar el pie en otros momentos –aún siguen haciéndolo-, pero había cierto equilibrio y una sensación colectiva de que la plantilla de empleados públicos no era el problema. Si el CIS hubiese hecho una encuesta en la década de los 90, la gran mayoría hubiese respondido que su aspiración era entrar a trabajar en el Ayuntamiento. Había bolsa de trabajo pública aunque la gatera era el recurso más extendido para el acceso al puesto. Nada era perfecto, al contrario, pero Jerez no visualizaba el Consistorio como el tremendo lastre que todos contribuimos hoy a mantener con el pago de tasas e impuestos. Laboralmente era el Shangri-La, el paraíso soñado, para muchos jerezanos en paro. Hoy es el averno se esté o no dentro.

La construcción de dos ayuntamientos paralelos entre 2003 y 2007, Pelayo y Pilar Sánchez en el Consistorio y Pacheco en la GMU, reventó las costuras que cosían el traje a medida de la ciudad-estado que se inventó el andalucista. Luego llegó Pilar Sánchez con mando en plaza en solitario y les dijo en la cara a los empleados públicos que sobraba personal, que la plantilla estaba sobredimensionada (acuñó el concepto), mientras metía por el backstage a una legión de cargos de la ejecutiva del PSOE con sueldos inflados y poca tarea. Por si no cupiera más torpeza, echó a 17 trabajadores aun cuando sus más cercanos le recomendaban que lo ideal era quitarse de en medio a 500. Entre esos 17, la hija de un conocido sindicalista de uno de esos sindicatos a los que aludía antes. O sea, un golpe en la línea de flotación de ese equilibrio, perverso si quieren, pero equilibrio que se había venido manteniendo con las ‘fuerzas sociales’ y con el activo más importante de una administración: sus empleados.

Con el gobierno absoluto de Pelayo y el PP la arquitectura construida se colapsó. En paralelo a la crisis y los ajustes por la recesión, la fatiga de los materiales desencadenó el derrumbe. Los marrones se multiplicaron o se agudizaron por incapacidad política; los sueldos sufrieron grandes tijeretazos –aun así, buenos sueldos-; hubo un ERE municipal para 260 personas que desembocó en una psicosis colectiva –los que se libraron se escondieron bajo la mesa- y en una división interna brutal; y, de remate, la máquina del fango de los tres últimos líderes de esta ciudad ha salpicado a un buen número de técnicos, algunos de mucho prestigio. Después de este recorrido reciente tan traumático, el mejor plus para muchos es haber salido vivos –física o mentalmente- del infernal desastre al que siguen acudiendo puntualmente cada mañana. Y encima, dando las gracias por tener la suerte de tener trabajo en la capital europea del paro.

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