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Hay un local en la Tacita de Plata, allá por la mágica Viña, que tiene el sugerente nombre de El bar nuestro de cada día.

Hay un local en la Tacita de Plata, allá por la mágica Viña, que tiene el sugerente nombre de El bar nuestro de cada día. Allí entras y la parroquia te saluda sin verte, con una jarra de cerveza helada en la mano y la mirada absorta en Onda Cádiz, donde están pasando —da igual que asome ya agosto— los Carnavales. Yo creía que en Jerez la gente era jartible con la Semana Santa, pero somos unos aficionaos. No conozco ni de lejos todas las zonas típicas de la ciudad, pero jamás me he encontrado con un establecimiento similar.

El caso es que al final acabas embobado por la caja tonta y las comparsas. Con mi rubia fresquita en la mano, al poco estaba yo también paladeando los dobles sentidos de las letras y la gracia de los chirigoteros disfrazados de marujas o algo por el estilo. Lo que hace a Old Cádiz —como la llaman los guiris— tan singular no es solo el mar, sino que sales de tan idiosincrático bar y afuera te esperan turistas de medio mundo mezclados con la típica familia gaditana de sombrilla en mano y potaje en la playa.

Un mundo aparte, vamos, que por la noche se transforma en "plata quieta", que diría un enamorado caletero, Antonio Burgos. No les puedo dar una conclusión sobre este artículo, no me siento moralmente capaz, ya que siempre ando rajando de lo pesados que somos con la Semana Santa. Pero hay que ver lo bien que se venden esta gente. O eso, o no tienen hartura.

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