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Una de las bondades de mi generación es que donde todas nos parecemos es en el ver más allá. Pero, en su campo, cada una es excepcional. Y en el campo de la poesía, ella es única. Si Paola era la más veterana, Eulalia es la más joven. Se llevan algo más de los diez años que abarcan la generación, pero no es problema la juventud de alguien que se ha nutrido de libros y de versos desde la cuna.

Una de Lorca, dos de Santa Teresa de Ávila. Tres de Lope, cuatro de Bécquer. Y así, hasta escribir cien con tu firma a tus veinte primaveras.

Toda generación precisa, además, de su propia crítica. Una persona que, sin ser artista, entiende, valora y estudia el arte ajeno con el propósito de encontrar la excelencia. Nosotros contamos con una crítica excepcional. Sarcástica, rasgada, llena de rebeldía, falta de pudor y poseedora de un buen gusto entrenado con cucharadas de feminismo à la Betty Page. Era necesario que la búsqueda de la sinceridad y la pérdida del miedo diesen a las mujeres jóvenes un camino para tratar el erotismo desde la perspectiva que más nos apeteciese. Hasta donde llegan mis conocimientos, somos todas infinitamente románticas, y a ello se le añade o castidad o lujuria, en diferentes planos, a diferentes niveles, pero siempre con un resultado digno de considerar.

Algunas dibujan tristes pero encendidas, y los colores así lo demuestran. Otras sonríen poco y escriben sobrias, esas sólo prueban el sexo cuando ya no pueden acoger más alcohol en sus venas, para después no recordar nada; no todas encontramos fácil ser sinceras con nosotras mismas, de ahí que algunas compañeras necesiten escribir, dibujar o componer muchísimo más de lo que lo hacen. Otras soñamos contigo, nos pille cuando nos pille, y puede que te lo contemos, o puede que lo plasmemos en un papel, un lienzo o un muro callejero.

Sea como sea, ahí está nuestra crítica y editora. La que vio el potencial y lo puso en marcha, la que tarde o temprano se va a hacer millonaria por habernos visto antes que el resto. El buen ojo siempre se ve premiado, la decisión, el pulso firme, la convicción, el “tú eres lo mejor que me ha pasado, y no te vas a ninguna parte, nena”. Eso tiene recompensa. Y ella lo sabe. Se exaspera cuando la gente de su alrededor no ve lo que ella cree obvio, casi a gritos predicando que no saben lo que se pierden, que no hay peor ciego que el que no quiere ver, que no hay problema; más para ella.

La invito a casa y nos sentamos en el jardín. Ella con un bikini rojo y negro, el mío azul mar. Las dos aún pálidas de mucho trabajo este verano. Y me cuenta, indignada, sobre la incompetencia ajena. Nuestra Betty Page quedó impresionada con la poesía de Eulalia antes de saber que era tan joven, razón de más para apoyarla con críticas magníficas. Además, Betty adolece de un mal de amores que Eulalia refleja fielmente en sus escritos, aunque Betty sea mucho mayor… Es de la edad de Paola, para ser exactos. Al final, la edad no te enseña a enamorarte de otra manera; o te enamoras de verdad, o te acomodas a una relación. El problema de Betty fue enamorarse de alguien acomodado en otra relación, y que ese alguien se enamorase de ella… ¿sin querer, quizás? Pobre Betty. “¿Y ese enfado que traes?”, le pregunto, sirviéndole un tinto de verano con hielo. “Es ella, que no me deja en paz”, me dice, refiriéndose a la mujer de ese amante que la tuvo enganchada hasta hace dos semanas, cuando ella decidió que ya no podía con tanta indecisión. La otra la acosa desde los inicios, un año atrás, de aquel tonteo a ninguna parte. Un acoso insistente y cobarde. “Es más fácil buscarte a ti y molestarte que sentarse con su pareja y hablar sobre qué está fallando en esa relación”, se me ocurre decir, aunque sé que Betty es de mi misma opinión. “Eso está claro. Pero ha ido más allá”, me responde, descompuesta y tomando un sorbo de tinto “ahora vigila los pasos de Eulalia, mi descubrimiento, mi amiga, mi confidente… ¿Hasta dónde llega su obsesión? Hace semanas que no hablo con él, ¿qué más quiere? ¿Por qué no me deja en paz?”, me pregunta crispada, sabiendo que la historia me suena… que mi generación, de historias así, está llena.

Tomo el tinto y brindo con ella, aunque ella no responde a mi gesto, esperando una respuesta, incrédula ante mi sosiego. Bebo un trago y sonrío: “Querida, si ella no está tranquila, es que él es todo tuyo”.

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