De gatos, libros e intolerancia (no alimentaria)

En España, la literatura fue mi refugio. Nuevo idioma, nuevo país, nuevo vecindario, nuevo colegio y nueva biblioteca

Un niño lee en una biblioteca.
26 de septiembre de 2025 a las 13:36h

No sé de dónde me viene la afición por los libros. Mi madre leía novelas de Corin Tellado y de Carlos de Santander. Yo las leí todas sin que ella lo supiera. Las escondía dentro de mis libros de cuentos. Deliciosas.

Una vez viví en otro país, tuve una casa con jardín y un periquito. También una gata a la que mis hermanos salvaron de ahogarse en el río Schnee. Gris y blanca y con el tiempo, tuerta. De una pedrada durante esos días en que se desaparecía en busca de machos. La encontraron herida, con el ojo destrozado y preñada de un gato negro, como supimos más tarde cuando parió a tres preciosos gatitos negros como el azabache.

Mis padres fueron emigrantes. Yo nací en Alemania y un médico peruano ayudó a mi madre a darme a luz. Fui a un Kindergarten, aprendí a leer antes de empezar la EGB, mi hermano mayor tocaba la trompeta y mi hermano mediano dibujaba. Íbamos a colegios alemanes. Mi padre nos compraba libros. En mi clase había niños italianos, además de alemanes y uno griego listísimo y muy guapo que por la tarde estudiaba su lengua materna. Durante el recreo, me comía un brezel y observaba a las demás niñas. Y a él. Sandro.

Los sábados veíamos en la televisión un programa español presentado por José María Iñigo. Me veía a mí misma como española hasta que un día una vecina alemana me dijo: “Du bist deutsch weil du in Deutschland geboren bist”. Si Frau Bahr lo decia, debía de ser verdad. Eso cambió mi perspectiva hasta que unos años más tarde nos fuimos a vivir a España. Mi padre se quedó en el cementerio rodeado de flores, que es lo que más le gustaba de ese país frío y hermoso a partes iguales.

Dejé de ser la niña española a ser la niña alemana, a veces la nazi cuando discutía con algunas compañeras de clase que me veían diferente, venida de lejos, sería estudiante aplicada, gimnasta adelantada y, aunque ellas no lo supieran, con muchas dificultades de traducción y mucha vergüenza.

En España, la literatura fue mi refugio. Nuevo idioma, nuevo país, nuevo vecindario, nuevo colegio y nueva biblioteca. Firmaba y me dejaban entrar. Con un libro en las manos no estaba sola, ni aburrida. En la mesita de noche siempre había uno para arrastrarme a la cama, a vivir otras historias y conocer otros mundos. Los libros me mostraron un camino, una vocación.

Quienes no han tenido la suerte de ser tocados por la varita mágica de la lectura desconocen la inmensidad que se abre ante un libro que se te ofrece como una flor o un cuerpo con solo abrazarlo.

Leer te hace desconfiar de la imagen, porque ninguna puede sustituir a mil palabras. Leer te obliga a saber, a regurgitar los conceptos y las ideas que masticas. Leer te hace estar atenta a los discursos llenos de premisas falsas y conclusiones erróneas. Leer es un diálogo con otras personas que pueden ser tus semejantes, aunque sean ficticios, de otra época, de otros paraísos o de otros infiernos.

Así aprendí que la historia está ahí para visitarla, que los orígenes señalan el comienzo, pero también un misterio. Aprendí que no hay que echar migas de pan para volver sobre los pasos y que no hay que fiarse de nadie porque en todas partes puede haber una casita de chocolate y unos gorriones hambrientos que se coman tu pan.

Ahora que hay tanta intolerancia al diferente, ahora que la multiculturalidad va cavando con profundidad socavones de incomprensión y rechazo hacia el otro, el recuerdo de mi propio ser ascendido entre dos culturas se asoma cada vez más a la superficie. Intento comprender el porqué de tanto machaque al extranjero pobre, al inmigrante que trabaja, a sus hijos e hijas que no se sienten de un lugar aunque hayan nacido en él.

La costumbre. El hábito. La ignorancia. La arrogancia, el miedo de la gente a perder su trozo, su hueso, de la cueva común, la mentira de la identidad. Hay quienes creen que el lugar que habitan les pertenece porque son los elegidos, da igual si se trata del terruño como si se trata del puesto de trabajo. Todos somos extraños y de fuera en muchas circunstancias de nuestra vida. El otro o la otra desestabiliza, amenaza, sin quererlo, una propiedad que no es de nadie al ser de todos.

Y leer no salva de la mala fe a quienes no te conocen ni te quieren conocer, pero tal vez pueden acercarse un poco y comprender el porqué de las cosas, con un poco que se afanen en saltar del mundo de las imágenes y volcarse dentro de la palabra, en busca del sentido.

Tal vez leer no te haga ser mejor persona o tal vez sí. Solo hay que probarlo. Y a partir de ahí, Georgie Dann.