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Juego entre dos equipos de once jugadores cada uno, cuyo objetivo es hacer entrar en la portería contraria un balón que no puede ser tocado con las manos ni con los brazos, salvo por el portero en su área de meta. Sin duda la pasión del fútbol combina elementos básicos como juego y competición, lo que no imaginaban los primeros ingleses o los antiguos calcianti florentinos, es que todo culminaría en el negocio tan impresionante que es hoy día.

El capitalismo consume todo aquello susceptible de mercantilizarse, incluso las prácticas más nobles como el fútbol, que en principio era una simple actividad física y se convierte en un atractivo producto de mercado. El cóctel más explosivo del negocio ha sido mezclar derechos televisivos, sueldos multimillonarios y opacidad en las organizaciones deportivas. Nadie es capaz de parar esto, porque todos, especialmente todos (y no todas), solemos estar enganchados a un equipo de fútbol como si de una pequeña batalla se tratara cada domingo, “nuestro equipo”, “hemos ganado”; los sentimientos al servicio de unos colores cuando la realidad es que de esos once jugadores de la definición de fútbol, apenas unos pocos representan a la ciudad por la que juegan.

El fútbol es hoy una herramienta de blanqueo de capitales, de evasión de impuestos y de corrupción: el “FIFA-gate”, Silvio Berlusconi, Jesús Gil, …o ahora, en estos días, Ángel Villar. Pese a eso, están las masas, los votantes, que obligan a políticos de cualquier signo a no perderse el momento de la foto, el levantamiento de la copa: Panem et circenses, ¡viva el fútbol!

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