El tiempo nos condiciona la vida actual. Llegar a tiempo, anticiparse o no estar a la hora acordada, es motivo transcendental en el final de la historia. Falta de respeto es como mínimo la primera valoración, de un recurso vital que no se recupera. "Pídeme hasta dinero, pero por favor no me hagas perder el tiempo". Existen Bancos del tiempo, un trueque donde habilidades y servicios es la moneda de cambio.
Medir el tiempo con instrumentos que marcan las horas es una gama muy amplia, imaginativa y espectacular. Si hablamos de cuánticos, no estamos familiarizados, nucleares nos suponen miedo a las radiaciones, digitales son los actuales, los de cuerda, bien del pasado y los que funcionan con el caminar, puro ingenio de la cinética. Relojes de arena y de sol, distintos escenarios, mismo resultado.
Pero mi propuesta es imaginen un reloj de agua en un parque, patio o jardín. Caudal constante sobre una pila de una fuente con 12 orificios, que a medida que se va llenando, va aliviando un chorrito a través del orificio grabado en la piedra en un orden, con saliente en forma de león, lince o rana, y que llegando al último, tras pasar la hora, se vacía, según el principio de la copa justa de Pitágoras, llegado a su nivel máximo.
Clepsidra es de los primeros instrumentos del tiempo basado en el líquido elemento, más allá de 1400 a.C., en Babilonia. Jugar con el agua es un éxtasis en etapa infantil, juvenil, adulta y anciana, una manera de aprender y sobretodo de recordar momentos, buenas experiencias sociales. El tiempo es conocerlo, valorarlo y en definitiva cuanto que contar, ordenando la secuencia de sucesos, estableciendo un pasado, presente y futuro.
