Compulsivamente compramos zapatos, ropa y móviles por necesidad imperiosa, nos satisface y agrada, nuestra forma de vestir es imagen, siendo representación ante la sociedad.
En esta operación necesaria no se mira adecuadamente el precio, cabe destacar de hecho que un 10% de las prendas van al contenedor de reutilización con la etiqueta y precio puesto. El tan denostado —y perseguido— usar y tirar, parece vigente a la hora de cubrir el cuerpo.
En mi caso leo procedencia, etiquetas, composición y certificados ecológicos en nuestros alimentos, y no doy crédito cuando me hablan de que son caros, siendo reflejo en definitiva lo que comemos.
Un kilo de legumbres como garbanzos, lentejas, chícharos, frijoles y hasta altramuces nos aportan gran fuente natural de proteínas, fibras, lípidos, minerales y vitaminas, muy asequibles en cualquier parte del mundo, sabores y formas de cocinar, recomendables hasta una vez al día.
Así como cereales, arroz, diferentes masas y pastas de trigo, espelta, centeno, sarraceno y recio de Ronda, aportando energía y nutrientes a nuestra gastronomía mediterránea a precios de sólo una cifra en euros.
840 millones de personas pasan hambre y 2.000 millones son obesas o con sobrepeso, evidenciando los problemas del consumo de procesados, gastos mayúsculos en salud, demostrando la falta de cultura alimenticia saludable. Educación es fundamental, empezando por el comedor escolar y en casa.
La cesta de la compra de alimentos en 1960 suponía el 60% de la economía familiar y ahora no llega al 20%. Hagamos de nuestra lista de la compra nuestro carro de combate, bien vale mirar el precio de la vida, vivamos en Paz, hoy día de los difuntos y de la ecología.
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