Estuario del Guadalquivir, con Gelves, Palomares y Coria del Río al fondo.
Estuario del Guadalquivir, con Gelves, Palomares y Coria del Río al fondo. Iván Casero

Es curioso que, en un mundo de capitales, tan competitivo, donde impera el “y yo más”, no se hayan cuestionado que hay pocas cosas a realizar o alcanzar en la vida, en las que se pueda llegar a su grado máximo, la plenitud. El sentirnos los más fuertes, el día a día nos demuestra que siempre hay quien nos supera, por actitud o por complementos, porque no tenemos autoestima.

La escalada de odio, sólo lleva a frustración, el separarnos nos provoca insatisfacción, el miedo es cada vez mayor, aceleración del ritmo cardiaco, el gasto de defensa se incrementa día tras día, no llegamos al tope, la sensación de inseguridad, situación de grandes temores. ¿Qué pasará?.

Hay un estado, insuperable, culmen y cima, en esta vida, que hay que vivir. Paz, estar en Paz, conmigo, contigo, permite igualarnos, siendo todos campeones. La Sonrisa es una muestra corporal, acto reflejo, señal inequívoca de satisfacción.

Abrazos, simples gestos, llenos de afecto que no valoramos realmente hasta que nos impiden hacerlos.

Con los pies en la tierra, hoy he abrazado un árbol junto a una duna móvil. Mientras lo sentía, al abrir los ojos he visto un conejo y dos oportunistas rabilargos, de los que comen confiados camaleones. Sentido adicional de abrazo como camuflaje.

En la ciudad no me atrevo con los árboles ubicados en alcorques de nuestras aceras, pues el negro de la combustión de los coches, mancha las camisas como bandera pirata.

El grado de intensidad del abrazo, incluso adecentados con sonoridad de los palmetazos en la espalda amiga, van a tener difícil implementación en codazos, pues realmente sólo se utiliza uno, sin girarse adicionalmente para codearse con el otro.

Nuestra sociedad viene de culturas donde el saludo, afecto, cariño, amor, fiesta y duelo, tiene mucho que ver con el contacto corporal. Mientras buscamos soluciones, sonrisas y lágrimas, la mano al corazón, y a los más atrevidos, el lenguaje del lunar. Abrazos unen y codazos separan, por definición. "El abrazo amado ha de ser muy apretado".

A un colibrí le late 1.200 veces por minuto el corazón, 850 a un gorrión, 70 a usted y a mí, en reposo, y 20 a las tortugas. Hay Tierra, Mar y Aire, para todos. Necesitamos pisar el suelo, descalzos, sin protección, para sentir primariamente, Paz y Sosiego. No renunciemos a hacerlo.

Soñamos con volar, hasta en sueños. Y no podíamos respirar ese aire puro, objeto de deseo, pues la contaminación nos lo impedía. Quisimos domesticar el mar, autovías sin asfaltar, y una simple elevación del nivel, nos hace replantear nuestra existencia. Quizás, nuestra última oportunidad.

Impulsos, de eso se trata. Y, últimos latidos del corazón, si queremos vivir y ser recordados, en este planeta Tierra.

Iván Casero

Ingeniero de Montes

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