Tomates.
Tomates.

Siempre me desplazaba allí, a comprar los sabrosos tomates, de variedad local, llenando el otro carro con verduras y frutas. El gancho era el oro rojo.

El cultivo era muy tradicional, sin grandes innovaciones, donde arenas calientes y drenantes, dosis de riego, abonado ecológico y polinización con abejorros u hoteles de insectos daban de fruto un verdadero bombón colorao.

Una grillera albergando un grillo real y trozo de aromático tomate, acompañaba la estética de los detalles del sombrajo a la entrada del chozo o casa de campo. Y los atardeceres con su bello grillar, no es correcto decir que el grillo canta, al no tener cuerdas vocales y por tanto no tienen voz. ¡¡¡ Ay, si hablaran!!!.

La clave del éxito eran unas diminutas semillas, seleccionadas de los mejores frutos, lavadas, secadas en papel de estraza y conservadas en un tarro de cristal, en lugar fresco y seco al final de la temporada.

Adaptadas a las condiciones climáticas del lugar, se echaban al semillero en noviembre, y trasplantándolas en diciembre, bajo plástico, a principio de abril las primeras flores cuajadas materializaban el milagro año tras año. Contaba los días que faltaban para volver a deleitarme con esos placeres de temporada.

Eran identitarios de localidad, de cercanía y kilómetro cero, y sólo teníamos que conservar, pues sabed que se están perdiendo, siendo misión imposible su encuentro. Eran gratis, se compartían entre agricultores y el negocio del cultivo repercutía íntegramente en la localidad. Una certificación de estas variedades tradicionales y su pureza genética – garantía de biodiversidad - desde semillas, se necesita para no confundir con trampantojos y una vuelta a poner en valor nuestros símbolos.

Los cruces con otras variedades, trastornaron la esencia de esta historia, perdiendo su genuino sabor y ganando kilómetros a donde llegar. Sin embargo, sigo viviendo donde nací y aprecio las cosas de aquí, aunque muchas ya estén en mis recuerdos, incluido pituitaria. Podemos mejorar las técnicas de cultivo pero no toquemos la genética, pues perdemos nuestra historia, con especial atención a mejorar lo inmejorable, pues el educado cliente siempre tiene la razón.

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