Nido en un naranjo amargo. Habemus nidus
Nido en un naranjo amargo. Habemus nidus

Un camino, cruzo arroyo, sigo adelante, rodeado de cultivos leñosos, y no tengo sombra sobre la que reposar un paseo de campo, largo discurrir sin un atisbo de cambio. Es primavera oficial, aunque en regresión frente al apabullante estío, nos ofrece multitud de nidos con pajaritos sin plumas en el desnudo suelo —sin cubierta vegetal—, bajo frutales recién cuajadas las flores.

La fumigación convencional año tras año mata infinidad de crías de jilgueros europeos, verderones común, pardillos común, herrerillos común y capuchino, carboneros común y garrapino, agateadores común, trepadores azules y gorriones molinero —todos grandes protagonistas de lucha biológica— ante la falta de alternativas de ubicación de nidos naturales.

Aplicación de sistemas ecológicos alternativos a fumigaciones de copas, implementación de setos verdes en linderos con instalación de cajas nidos, investigación agraria ambiental para compatibilizar medio ambiente y agricultura, así como legislación adecuada adaptada a esta realidad, en algunos cultivos ya no se permite la recolección nocturna mecanizada debido a la gran mortandad de pequeñas aves que provocaban, se cosecha de día y las aves viven.

Caja nido de aves insectivoras
Caja nido de aves insectivoras

En la ciudad el escenario pro-nidos de nuestras pequeñas aves, cuenta con la insensibilidad de las podas del arbolado del viario público, que en algunos casos se olvidan de que los pajaritos crían —he de señalar que hay espacios naturales significativos, donde se prohíbe cualquier acción mecánica en el medio, para no pertubar la crianza de aves silvestres, en el periodo que va desde el 15 de marzo al 1 de septiembre—, así como del avasallamiento de las especies exóticas que colonizan los emplazamientos ideales del arbolado.

Recuerdo encontrar un jilguero sin plumas en un alcorque de un árbol, tras fuertes vientos, y un hombre mayor, de eterna paciencia, a palillo alimentarlo, muy poco a poco, hasta convertirlo en un precioso ejemplar que un día voló para no regresar más. De vez en cuanto me cuenta ese sabio, observador, que está seguro que algunos de su descendencia vienen a comer las migas de pan que deja en su balcón tras desayuno, comidas y meriendas.

Mientras seguiré plantando árboles uno a uno, en márgenes de caminos municipales, en las orillas de nuestros arroyos y ríos y fomentando en alcorques vacíos de nuestras aceras de barrios, asignando como responsables de su cuidado a niños nacidos en el lugar, para tener ubicaciones alternativas viables, facultando la recuperación de cantos silvestres - trinos, chillidos y silbidos - y poder gritar: "¡Habemus nidus!"

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