"El amor entra por el estómago", nuestro segundo cerebro, sin olvidar que somos lo que comemos.
Siempre me llamó la atención el Cerro del trigo del Parque Nacional, donde antaño miles de ánsares llenaban sus buches de granos de arena para facilitar la digestión de los rizomas de castañuelas, planta marismeña de Doñana. Un saco derramado y su caza, recogiendo aún hoy en día, tras más de cincuenta años, sus plomos residuales, parte de su historia junto al primer vehículo todoterreno con tracción semioruga.
Existen dinosaurios fósiles con guijarros en sus estómagos, tras tragarse piedras y almacenarlas. Los cocodrilos actualmente siguen ingiriendolas para mejorar su hidrodinámica, llegando al 1% de su peso total.
El ensayo de laboratorio de Los Ángeles mide a través de un tambor con esferas abrasivas, el desgaste de los agregados en virtud del número de vueltas, determinando la aptitud y calidad para su uso en construcción. Las chinas en las mollejas de gallinas facilitan su digestión, hasta que el desgaste es total, eliminándose por el tracto intestinal, teniendo que reponerse nuevamente ingiriendo pequeñas piedras o trozos de conchas del suelo, de ahí su importancia de contener o adicionar estos potenciales gastrolitos.
"Comer sin apetito es malo y delito", "Para un estómago lleno, cualquier alimento es malo", vital invocar una vez más a la moderación en el consumo, y a nuestra dieta mediterránea, rica en frutas y verduras locales y ecológicas.
