En cualquier lugar que voy a comer, una vez tomado asiento, lo primero que hago es presentarnos al camarero y preguntarle cómo se llama. A partir de ahí, enfatizo con los productos de cercanía, locales, certificados ecológicos, y las especialidades de la casa.
Verduras, frutas y pescados son mi preferencia, con importancia en el origen, procedencia o lonja, día de pesca y cotización, siendo a la plancha o a la sal, como más me gusta.
En las más que interesantes jornadas del atún de Isla Cristina, en la primera semana de septiembre, y van XXIII, siempre se aprende algo más, recordando y poniendo en valor la cultura almadrabera, gastronomía asociada y sus genes marineros. “El atún, para la gente común”.
Me sorprendió aprender que nunca se ha descubierto un caso de anisakis en atún rojo - quizás también sea un argumento de la pasión de los japoneses por su deleite -, que a mayores tamaños, mayor contenido de mercurio en su carne y que en el viaje al desove, no comen.
"Les recomiendo una barriga de atún a la plancha, para los cinco. ¿Cuánto pesaba este ejemplar de atún entero?". Trajo la etiqueta. A partir de 200 kg, se hace necesario la ingesta de media nuez/coquito de Brasil, o en su defecto, unas pipas de girasol, para que el selenio ayude a evacuar el tóxico elemento metálico líquido.
Este prodigio de la naturaleza, de sangre caliente, bien merece recuperar su almadraba andaluza de la costa de Huelva, tener un apoyo decidido de las administraciones públicas en su promoción, y más amor propio en la defensa del también Oro Rojo.