El poder de fijación de una crema solar está patente en el respaldar de la silla plegable, donde la mancha es imposible de quitar. La fauna acuática se está viendo impactada de manera determinante, al no poder separarse de esa capa aislante, para ellos no protectora y muy tóxica bioacumulativa.
En paraísos de agua limpia se esfuerzan en comunicar los daños que causan, y plantean alternativas de autoprotección como reposar bajo la sombra natural de la vegetación, tener una alimentación rica en frutas, verduras y frutos secos, usar trajes de baño de manga larga, sombrero y gafas de sol, limitar exposiciones máximas al sol, así como fomentar bronceadores solares con sello ecológico y obligar a sustitutos de componentes como la oxibenzona en convencionales.
Investigación es más que necesaria para búsquedas de fórmulas doblemente seguras, sin daños al medio ambiente frente al incremento tan significativo de cáncer de piel o melanoma, siendo las etapas infantiles críticas bajo nuestra estrella luminosa. No olvidemos que nuestra piel tiene memoria.
La prohibición de determinadas cremas en países se debe a forzar medidas inmediatas para no acabar con la vida en el agua, pues al fin y al cabo nosotros también formamos parte de ella. Sirva como ejemplo práctico tan relevante, la recuperación total de la capa de ozono según la ONU en 2066, y ello gracias a la prohibición mundial que existe para el uso de productos químicos que causaron la aparición de un agujero en la ozonosfera sobre el Antártico.
La radiación solar directa, el mayor número de días y la máxima incidencia en horas centrales con sus rayos ultravioletas, nos hace cambiar nuestros comportamientos humanos ante la exposición. No sobrevive el más fuerte sino el que mejor se adapta, evolucionando en la búsqueda de alternativas de uso y disfrute ante lo que estamos viviendo.
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