Cruceristas en el centro de Cádiz, este pasado verano.
Cruceristas en el centro de Cádiz, este pasado verano.

El casco antiguo de la ciudad es uno de los mayores en superficie de Europa. Atracciones en forma de edificios únicos históricos, amplia gama de restauración local, entre bares, bodeguitas, freidurías de pescado, abacerías, restaurantes y sus complementarios digestivos en forma de variedades de licores en azoteas o viario público, junto con tiendas y comercios hacen que el cartel de lleno total se establezca durante toda la semana.

Cuando no son europeos, son ingleses, árabes, japoneses, chinos o latinoamericanos, cuyos idiomas resuenan en el ambiente, sin embargo, todos portan móvil a modo de cámara de fotos de gatillo fácil, sombreros y gorras y un pinganillo auricular informativo del guía del grupo. Hombre, animal de costumbres.

Pocos entran en las grandes tiendas de ropa o electrodomésticos, no le aportan nada nuevo al ser los mismos modelos que venden en su ciudad, ¿para qué comprar e ir cargado con el follón que supone la maleta adicional en las líneas aéreas de bajo coste? Conclusión: pocas bolsas llevan los viandantes, y afloran los carteles de locales en alquiler.

Sin embargo, las tiendas familiares de toda la vida, artesanales, ecológicas y locales, incluso administraciones de loterías con mural de azulejos a frotar, tienen una gran demanda, con largas colas de espera. "Perdón, ¿el último? Yo. Gracias" y se colocan a continuación. "Lo bueno se hace esperar", resuena.

Lo único, en forma de sabores, aromas, estilos y diseños genuinos del lugar que perduran, son los que crean la necesidad en el potencial cliente, base del marketing. Yo estuve allí y me gustó, consumir lo local no falla y su apuesta, segura.

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