Vacas pastando, en las marismas del Guadalquivir.
Vacas pastando, en las marismas del Guadalquivir. MANU GARCÍA

Una vaca mostrenca de impresionante cornamenta, 30 años bajo su curtida piel, queda atrapada en el fango de la orilla del Guadalquivir, en plena Doñana, intentando beber. Cerca un grupo de ocho liebres —menor tamaño que las de campiña— merodean un vareto en descomposición en plena marisma. 

El duro sol, sal en las entrañas y agua dulce superficial, entre castañuelas, bayuncos y almajos dibujan un paisaje que se junta en el horizonte, con espejismos de mar. El cajón —pequeño bote típico de la marisma de Doñana— avanza con impulso de dos largas cañas o amarrado a la cola ecuestre del guía. Una parada obligada junto a un nido de gallareta, huevos cocidos de inigualable sabor marismeño. 

Los jabalíes comen todo lo que la mar arroja a la playa, y en la marisma lo que encuentra, siendo también más pequeños que los del coto o monte, y con un sabor incomible, frente al alimentado con bellotas y especialmente de piñones, que impregna un sabor digno de probar al menos una vez.

La berrea desde el pie de la duna se escucha nítida, la ronca de los gamos soltados también, y de los antiguos camellos salvajes, sólo quedan fotos junto a su domador. Cabalgar para atrapar camellos en la marisma ya es historia, y su incompatibilidad con caballos en trabajos, hizo que llegara su final. Los animales a mayor edad más facilidad y conveniencia de amansar y hacer dócil, siendo en caballos a partir de 4 años la lógica de los hechos, incluyendo los de retuerta. 

La marisma imprime carácter social, una raza aparte, con un conocimiento natural sin igual, parecido al del llanero de Venezuela. Creo que las personas que lo habitaban merecen un recuerdo, rescatar sus saberes y repensar si este antaño Ligustinus, se conserva mejor sin ellas. 

Dilema de hoy en día: marisma única de biodiversidad de agua dulce, con compuertas y periodos secos durante años, o lucios de agua salobre, con influencia mareal, llueva o no, sabiendo que el muro, conocido como montaña del Guadalquivir, ya no impide la entrada del estuario con grandes mareas, vientos y oleaje de barcos mercantes. 

Y la casi extinta oveja marismeña que modeló la buscada Atlántida que tenía bajo sus pezuñas, comiendo lo que había con su adaptación genética de siglos, hoy en día incomprensiblemente no alberga ejemplar alguno, ni en el Parque Nacional. Recuperar su utilidad estratégica, que espero no sea tarde y siga modelando la marisma para disfrute de generaciones futuras. 

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