Bodegón bajo la cama.
Bodegón bajo la cama.

Un día exigente de trabajo, placentero, en contacto con el campo o de calle que nos da la vida social, llegamos a casa y tumbándonos a descansar, nos aparece un espacio ilimitado, un universo de diferentes escenarios e inverosímiles utilidades, tesoros que se guardan bajo nuestra cama. Se abre la caja fuerte de secretos en forma de sueños.

Espacio cama, donde al menos pasamos un tercio de nuestra vida, y grandes familias se crean. Destaco que, aun así, no pilla de paso en nuestra ruta hacia los alimentos cotidianos, puesto no está en la cocina, ni despensa ni comemos allí, por el riesgo de las incomodas migajitas de bollo al descansar.

Un día caluroso de verano, tras múltiples vueltas, opté por dormir en el suelo con mi almohada, como cuando de pequeño me caí en sueños, a pesar de las sillas protectoras y me encontró mi abuela Ana gracias a mis ronquidos, bajo la cama.

Los melones amarillos y piel de sapo, se acopian bajo las camas, lugares frescos y aireados, difunden esos aromas tan agradables en el hogar y cuentan sus días para disfrute en invierno, entremezclados con la caja de botes de miel ecológica, arrope y polen, así como calabazas, colección de tamaños, formas y coloridos, digno de un gran bodegón. Algunos días llegué a ver un jamón ibérico de bellota, supongo que a la espera de una ocasión especial para su degustación en el jamonero de madera que aguarda en el trastero.

Las conservas de pescado, destacando el Rey de Oros de Barbate, La Tarifeña, gentilicio de su población de fabricación, Unión Salazonera de Isla Cristina USISA y Mirabent, se maduran también bajo las camas, latas de melva canutera, caballas, sardinillas y partes nobles del atún como morrillo, tarantelo y ventresca, durante al menos dos años, volteándolas cada seis meses, con el fin que el líquido de gobierno –AOVE— se integre en el pescado. En Francia las consumen, pagando importantes sumas por las que tienen entre cinco y diez años de maduración, ya superada su fecha de consumo preferente, y aquí simplemente las despreciamos. Cuidan su producto, le imprimen la hora y fecha de enlatado, así como el barco donde fue pescado y sus coordenadas de pesca, es una manera de poner en valor la vida del marinero, y por consiguiente de los pueblos de la mar.

Las cajas de tres latas de aceite de oliva virgen extra AOVE ecológico de cinco litros, de esos olivares de marco tradicional, con cubiertas vegetales, que dan tanta vida a nuestros pueblos de interior y que consumiéndolos colaboramos en su sostenimiento.

Los hay que prefieren este lugar sin ningún objeto ni artículo, libre de pelusas, apto para el juego del escondite de niños, el mejor del mundo, y de no tan niños. ¿Quién no ha pensado alguna vez, tras recostarse en la cama, que hay algo con vida debajo nuestra?

Las conservas del huerto ecológico, se introducen al natural o cocinados al baño maría en botes, los regalos de Navidad, las babuchas y chanclas, tienen cabida y configuran la personalidad de este espacio. Hoy en día las hay con canapé, a los efectos un gran cajón deslizable, pero no es merecido ni de justicia ese tratamiento hiperconfinado, para este espacio tan noble de ocasiones tan especiales.

Iván Casero es ingeniero de Montes.

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