Hablar del servicio público es un tema que me apasiona. Primero, porque defiendo sin matices unos servicios públicos fuertes. Y segundo, porque he tenido el honor de trabajar dentro de la Administración, de conocer su estructura, sus dificultades y también su grandeza, y he compartido trabajo con profesionales extraordinarios a quienes guardo un profundo respeto y reconocimiento.
En los últimos años, la Administración Pública se ha convertido en un espacio cuestionado y criticado. Se repite una y otra vez que el funcionario está acomodado o que trabaja poco. Y, sin embargo, quienes conocemos por dentro la maquinaria del sector público sabemos que esa imagen es simplista y desmerece el esfuerzo de muchos profesionales.
He sido testigo de cómo la gente de dentro ha asumido cargas sin recursos suficientes, cómo han afrontado decisiones que tenían impacto directo en las personas y cómo se han frustrado al aplicar instrucciones alejadas del criterio profesional. Por eso, la verdadera pregunta no es si los empleados públicos quieren trabajar, sino si el sistema les permite hacerlo con motivación y sentido.
La motivación es el motor invisible de cualquier organización, y la Administración Pública no escapa a esta premisa. En la empresa privada se asume que la autonomía, el reconocimiento y el desarrollo profesional son claves para retener el talento y fortalecer el compromiso. Pero cuando hablamos de empleados públicos, parece que estas reglas básicas de la psicología organizacional dejan de aplicarse, como si la vocación de servicio bastara para compensar la falta de recursos, de reconocimiento o de participación real en las decisiones.
La Administración presenta peculiaridades estructurales, culturales y políticas que dificultan la motivación. Pedimos excelencia dentro de un sistema rígido y jerárquico que alimenta la inercia, y exigimos agilidad mientras nadamos en procedimientos lentos y nos perdemos en la burocracia. ¿Es coherente pedir motivación en un entorno que no la favorece? ¿Cómo esperar resultados del siglo XXI con estructuras del siglo XIX?
A ello se suma que, en la Administración, se trabaja a menudo con conceptos amplios como “interés general” o “servicio público”, que dicen mucho pero concretan poco. La falta de metas claras y la existencia de una evaluación del desempeño simbólica o inexistente provoca que muchos profesionales no sepan qué se espera de ellos ni cómo pueden mejorar.
Otro factor relevante es que los empleados públicos trabajan con equipos directivos cuyos mandatos son temporales y condicionados por los ciclos políticos. Esto genera cambios continuos de rumbo y la sensación de que parte del trabajo se pierde. Por eso es imprescindible respetar el trabajo del empleado público y entender que, aunque debe ejecutar los objetivos legítimos de cada gobierno, su labor no puede quedar sujeta a caprichos ni vaivenes arbitrarios, sino al interés general y a la ciudadanía, que es su verdadero destinatario.
Antes de hablar de soluciones, conviene recordar que, cuando las personas trabajan motivadas, mejora el desempeño, la calidad del servicio y la percepción ciudadana. La solución no es sencilla, pero sí posible. Es necesario avanzar hacia modelos de organización del trabajo donde el empleado público tenga más autonomía para decidir, reciba feedback real, visualice el impacto de su tarea en el conjunto, participe en lo que afecta a su labor y trabaje con objetivos claros y asumibles.
Necesitamos una Administración que apueste por el liderazgo humano, en lugar del puramente administrativo, por estructuras más horizontales, por una evaluación del desempeño real y por una formación y una carrera profesional claras. Asimismo, es fundamental reconocer el valor del servicio público y desterrar los tópicos que lo dañan.
Lo cierto es que hablar de motivación del empleado público no es un asunto interno, ni significa defender privilegios, sino promover un modelo de gestión moderno, ágil y capaz de responder a una sociedad en constante cambio.
Funcionamos si ellos funcionan, y ellos solo pueden funcionar si el sistema les permite trabajar con coherencia, recursos y sentido.
