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Algunos están empeñados en convertir la política en una especie de macedonia desideologizada donde todo cabe con tal de arañar votos y, lo cierto, es que en cierta medida se lo hemos permitido.

En la nueva moda de descafeinarlo todo para que al final no quede nada, los nuevos filósofos de la política nos dicen ahora que lo que importa realmente son las ideas y no la ideología. ¿Cómo? ¿Ideas sin ideología? Sí, y jamón de Jabugo sin cerdo también.

Lo más curioso es que todos quieren buscar ese supuesto centrismo que, según las encuestas, es el becerro de oro que les hará triunfar. Y puede que a corto plazo sea rentable bailar la yenka de la indefinición política, pero a la larga termina pasando factura. El centro es esa entelequia que sirve de excusa para la indefinición, en una sociedad donde algunos han llevado al extremo esa modernidad líquida que preconiza Bauman.

El neoliberalismo predica desde sus inicios que la lucha de clases y eso de la izquierda y la derecha está pasado de moda. Claro que para ellos la única clase que existe es la de los ricos. Y este mensaje está calando con éxito y creando un complejo en la izquierda, una especie de burda consigna para no llamar a las cosas por su nombre. Deberíamos aprender de la derecha, que está muy orgullosa de calificarse como tal (y eso que tienen poco de lo que enorgullecerse).

En este loco funambulismo ideológico en el que nos hallamos encontramos ocurrencias veraniegas tan disparatadas como la del PP, calificando al PSOE de “extrema izquierda”, cuando ya prácticamente no les queda ni izquierda. O declaraciones como las de Teresa Rodríguez, cuando dice que le aburre la unidad de la izquierda y que lo que importa es la unidad popular. ¿Acaso hay medidas o ideología popular (del pueblo), que no sean de izquierda? Y lo mismo se puede aplicar a la recién creada plataforma Ahora en Común, donde algunos se manifiestan claramente de izquierda y al mismo tiempo te dicen que eso es mejor no decirlo por el bien de la unidad.

Complejos y más complejos. Dejémonos de tonterías y llamemos a las cosas por su nombre. Sin duda, la mayoría nos agradecerá que les hablemos de forma clara, sincera y sin complejos. Por cierto, yo soy de izquierda y lo digo con orgullo. 

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