Frustradas, amargadas y rabiosas

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Así somos las feministas. Frustradas, amargadas y rabiosas, según el alcalde de Alcorcón y diputado del PP en la Asamblea de Madrid, David Pérez. Lo peor es que no es el único que lo piensa.

Así somos las feministas. Frustradas, amargadas y rabiosas, según el alcalde de Alcorcón y diputado del PP en la Asamblea de Madrid, David Pérez. Lo peor es que no es el único que lo piensa. La diferencia es que a él se le escapó hace más de un año en un congreso de educadores católicos que no esperaba que trascendiera públicamente. Por eso ahora anda como loco pidiendo disculpas “a quien se haya podido sentir ofendida”, pero sin reconocer el profundo machismo que había en todo su discurso.

“Se ha realizado una campaña a partir de un montaje, intentando acusarme de machista, cosa que jamás he sido y que jamás he permitido en mi entorno", dijo estos días para excusarse. Voilà! Pronunció las palabras mágicas con las que quienes piensan que no son machistas se justifican. Como si decir que uno no lo es fuera un argumento válido. Como si eso diera carta blanca para no tener que plantearse nunca jamás que existen muchos actos y pensamientos cotidianos que, precisamente porque los tenemos interiorizados, nos llevan a hacer y decir cosas que en nada ayudan a conseguir una igualdad real entre hombres y mujeres.

Lo cierto es que todavía existen muchísimos Pérez. La semana pasada, sin ir más lejos, descubrí a más de los que hubiera deseado a raíz de unas breves líneas que escribí en mi muro de Facebook el Día Contra la Violencia de Género. No buscaba polémica. Simplemente, reflejé algo de lo que hablo a menudo con mis amigos: de los machismos invisibles, de los inoculados, de los casi imperceptibles.

“Por ser mujer y libre, me llaman puta. Por ser independiente, piensan que no soy leal. Por ser simpática, se creen con derecho a meterme en su cama. Por decir no, me llaman estrecha. Por ir sola por la calle, me persiguen y piropean. Por ser profesional, me dicen ambiciosa. Por ascender laboralmente, me tachan de calientapollas. Por no querer tener niños, me ven egoísta. Por tener marido, soy "la mujer de". Por estar soltera, piensan que algo he debido de hacer mal. Por viajar sin compañía, imaginan que no tengo amigos. Por vivir conmigo, me toman por su chacha. Por no tener moratones, piensan que no duele.

No hablo de mí. Hablo de todas. 
25-N. Día contra la violencia machista.
Porque no sólo son los golpes”.

Al principio todo fueron buenos comentarios de amigos y familiares. Lo normal, vaya. Pero al cabo de unos minutos, llegaron los trolls. Ya me llamaron una vez feminazi y me mandaron a la hoguera por escribir sobre los ‘fofisanos’. Sin embargo, en esta ocasión, los comentarios eran mucho más sutiles. Porque, ¡claro! ¿quién va a admitir ser machista?

Aquí todos nos ofendemos por lo que hacen los demás y nos parece injusto que nos metan en el mismo saco, pero somos incapaces de mirar hacia dentro y descubrirnos en patrones que, vistos desde fuera, nos sacarían los colores a más de uno. Y me incluyo la primera.

Las más sorprendentes de estas reacciones, no obstante, me llegaron por whatsaap. Varios contactos me escribieron (en privado, para no ser detectados por las hordas de feministas radicales que me rodean) para recriminarme lo desafortunadas que eran mis palabras y, sobre todo, el hashtag que usé en Instagram al compartir el post. Les indignó el #nosestánmatando. Porque, ¡claro!, ellos tampoco son machistas.

En ese momento sí que me sentí frustrada, amargada y rabiosa.

Frustrada por ver que la igualdad aún no ha calado ni se practica entre muchos con los que comparto generación. Amargada por comprobar que hay quien sigue utilizando la palabra feminista como insulto. Y rabiosa porque ni siquiera los 92 asesinatos machistas que se han producido este año sirven para que abramos los ojos ante esta lacra en la que debería involucrarse toda la sociedad.

Pero que no se preocupe el señor Pérez, ni quienes piensan como él, porque lo que no me sentí ni me sentiré nunca es una “fracasada como persona”, como él también nos denominó. No, mientras pueda seguir alzando la voz contra los abusos, violaciones, mutilaciones y muertes sólo por ser mujer. No, mientras pueda inculcar a mis sobrinos el respeto por los demás, sean del sexo y la condición que sean. Y no, mientras pueda seguir aportando, con palabras y hechos, mi granito de arena para construir un mundo mejor para todos.

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