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Nacido en la calle de las Alegrías, en el corazón mismo de la ciudad de los olvidos.
 

Frijones vino a Jerez cuando aún no había cigüeñas en el mundo ya que lo escupió la tierra un año cuarenta y seis en la mismísima calle de las Alegrías. Medio siglo después -ya comenzado el novecientos- la tierra exigiría lo que había sido suyo desde un principio. Pero como ocurre con todo aquel que nace siendo nada.., su vida pasará inadvertida -salvo en los papeles de sacristía- hasta que el monstruo que llevaba dentro se rebeló.

“No pegarle a mi pare, mi pare es un pobre viejo que no se mete con nadie”.

Tal vez fue la primera queja que lanzó al vacío donde se lanzan los duendes pero no sería, para la grandeza de un Jerez que ya marchitaba junto a toda esa España absolutista, el último de sus lamentos.

Agotado pero todavía libre del mutismo que se hace con los rendidos se atrevió a cantar lo que rumiaba por dentro. Para ello recogió los mimbres de su Tía La Serneta y le sumó el fatalismo de aquellos años trágicos donde nadie tenía asegurada la comida de un día para otro. Y menos él porque según sus contemporáneos -dudo de que tuviera porque no era de este mundo- era uno de esos personajes que pasan de chirlachones toda su existencia hasta que faltan como faltaremos todos.

“Con lo que me está pasando, yo no he tiraito piera, poquito me está faltando”.

Frijones es -y continúa siendo en esta época de becerros- la personificación del Grito del Hombre al Pueblo. Alarido claro y contundente -cabalgando en la hipérbole del ahogo- que nace para ser eco en los rincones de los que padecen.

“Qué amarga son mis comías, limones por la mañana, limonitos al mediodía”.

Libertario de un pueblo que nunca quiso ser libre terminó marchándose con sus penas a una Sevilla que acogió sin rechistar sus rarezas como años más tarde soportaría los demonios de Manuel Torre.

Que equivocado estaba Lope cuando nos hacía soñar que “un paraíso en un infierno cabe”. De ser así, Frijones jamás se hubiera tenido que marchar y posiblemente ahora, esta endemoniada ciudad de Caín que es Jerez, le estaría rindiendo honores a uno de sus mayores genios en el centenario de su muerte porque Antonio Frijones, sin lugar a dudas, fue uno de los artífices de lo que hoy llamamos Flamenco.

Nacido en la calle de las Alegrías, en el corazón mismo de la ciudad de los olvidos. 

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