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Y me imagino a Tío Borrico desnudo como la mare lo arrumbó al mundo en aquel patio jerezano de los Cuatro Muleros; tal vez, puestos a soñar, llevaría una de esas camisas de algodón de tirantas, dela vida de Dios, empapá de flamenco y noches en vela.

Y estaba desnudo porque aquella madrugá de soleá y seguiriya, consumío ya como estaba por el cante y por el gusto, se lo hizo en sus ropas sin que él -falto ya de fuerza y sobrao de fatigas- pudiera hacer algo por retener aquel torrente suyo hecho orín.

Me cuenta una boca cantaora -que siempre creeré y que estuvo allí- que esa noche de San Juan se lo llevaron al patio, como se carga a los Cristos en Semana Santa, para bañarlo con el agua tibia de una manguera olvidá al sol..., igual que se riega a los geranios en verano. Luego un taxi llegado de la calle Ancha, pagado entre todos los artistas, y La Asunción a dormitar las cavilaciones.

Hoy nadie se desnuda porque nadie se viste por los pies. Los cachés se esconden entre los músicos como los promotores, en el hábil juego del “hay gente deseando trabajar”, disfrazan de ruina sus beneficios; el público avaro cuelga el fallo del artista al tiempo que, sin escrúpulos, se hace dueño con su maldita grabadora de la creación del que piensa; el crítico se hace con el derecho de asesinar al joven flamenco que pone sus sueños sobre un escenario sin adivinar que en éstos también va su vida...

Ya no hay paladar como dirían los viejos de fatigas dobles. Se ha perdío el norte. El ser alguien se impone al saber estar..., y el estar por cojones sobre un escenario se antepone a lo que uno vino al mundo a ser.

De hecho, por no haber, dice mi amigo Curro que no hay ni borracheras..., y habla uno que le da al vaso lo justito porque para emborracharse, como dice él, solamente hace falta media botella de oloroso y dos compares enteros a los que les guste el cante y no las estampas de cantaor.

A eso vamos. Borrico se las cogía de cante y de vino porque siempre hacía por estar acompañado de su gente. Por mucho que llegara el señorito de turno, con sus buenos jurdeles, reclamando su cante..., siempre se las apañaba para que el Don se hiciera cargo también del cuadro de artistas que como él sorteaban las fatigas y las cornadas de este Jerez, olvidado por los poetas, con bulerías de vieja estirpe y vieja hambre.

Y que han sido cuarenta duros..., “ señores..., diez duros mí y estamos en paz. Y cante señores..., más cante de la tierra que no pasa factura ni pide recibo. Luego lo que Dios y el señorito quieran mientras uno ponga salud y el otro medias de fino..., y así el fin del mundo..., hasta que la vida se harte de mí”.

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