El fin de la memoria colectiva

El "Felices Fiestas" se abre paso como un sintagma hueco, a la usanza del formulario de un aeropuerto internacional, porque las élites lo han decidido así. Y es lo que hay

Una familia en Navidad.
29 de diciembre de 2025 a las 09:43h

Último lunes del año y columna que sabe a epitafio. Va siendo hora de hacer revisión de lo vivido, desvivido y aquello que forma parte del deshonroso grupo de la omisión de cosas. Es el turno de hacer examen de conciencia, pese a que la almohada sea el viático de la mejor de las conciencias y para muchos, por desgracia, un lujo fuera del alcance.

Envenenados de una mezcla de estupor y desidia casi crónica, somos testigos privilegiados del desguace sistemático de todo aquello que un día nos dio raíces y hasta cierta identidad. No es algo nuevo, pero, a decir verdad, en estos tiempos ha alcanzado una velocidad de crucero que espanta. La maquinaria arrolladora del progreso (y quienes la timonean), se han empeñado en demoler el pasado con furia inusitada. No en vano, estas Navidades volvemos a comprobar como las felicitaciones oficiales vuelven a pasar el filtro de este revisionismo de cartón piedra. Una profilaxis cultural estéril a todas luces.

El "Felices Fiestas" se abre paso como un sintagma hueco, a la usanza del formulario de un aeropuerto internacional, porque las élites lo han decidido así. Y es lo que hay.

La antropología del olvido: ¿por qué huimos de nosotros mismos?

Sin saber cómo, dónde ni cuándo, hemos decidido que el concepto de identidad, o de aquellas costumbres que han vertebrado nuestra razón de ser o comportarnos, han pasado a ser una carga. Lo que antes era un patrimonio identitario, ahora nos avergüenza.

Bajo el mandato de la corrección política (que lo contamina todo per se), estamos abrazando una vertiente de alejamiento de la memoria colectiva como si, por una suerte de imposición invisible, todo lo pasado fuera motivo de repulsa. Lo viejo cae bajo sospecha. Si es tradicional, es excluyente; si es común, es rancio. Esta fobia a la continuidad nos está convirtiendo en huérfanos voluntarios.

Más allá del incienso y la liturgia, la Navidad es el triunfo del hogar. Es una pausa sagrada ante la vorágine que nos consume. Es un rayo de luz cálida en el solsticio de invierno y, para muchos, es un símbolo de esperanza ante una sociedad amargada y apática mientras deambula cabizbaja.

¿Por qué tanto ensañamiento con los que nos une? ¿Por qué ese afán de demoler puentes que han aguantado siglos y temporales?

Una sociedad que desprecia su pasado está condenada a un presente sin profundidad ni perspectiva.

Por eso, muy a pesar de los ingenieros del olvido y de la apatía reinante, no me queda más remedio que rebelarme y desearles de todo corazón una feliz Navidad y un próspero año nuevo, con toda la carga histórica, emocional y cultural que conlleva. Aunque muchos se empeñen, la historia siempre termina encontrando el camino de vuelta a casa.

Gracias por la lectura y feliz lunes.