Este año, más allá de un día suelto y un ratito, no he pisado la Feria. Estoy volcado en los cuidados de mi hija, que acaba de nacer, así que las salidas han sido por las proximidades de mi residencia. El domingo post-feria a mediodía, decidimos dar un paseo mas largo y recorrer el centro, empezando la ruta desde el barrio de la Albarizuela, con mi pareja, la niña y nuestra perra. Un paseo tranquilo, en familia.
Nada más salir, me percaté de que la sinfonía callejera era muy distinta a la de cualquier otro domingo en este barrio que, aunque céntrico, suele ser tranquilo. Me sorprendió la banda sonora de la calle Bizcocheros: un traqueteo continuado de ruedas vibrando contra el pavimento, el sonido metálico de los trolleys arrastrados por un desfile de gente con la cara descompuesta por la resaca. Eran grupos de amigos y amigas saliendo de viviendas de uso turístico, rumbo a la estación o a sus coches, de vuelta a sus pueblos y ciudades.
Y no era solo en la Albarizuela, un barrio ya atestado de estos negocios sin escrúpulos. Lo vi también en la calle Larga, en la plaza del Arenal, en San Agustín, en El Arroyo… En cada rincón del centro histórico, los apartamentos turísticos han tomado posiciones, empujando a la población local a la periferia o directamente al desahucio habitacional.
Muchos de estos visitantes conocieron la Feria de Jerez en TikTok o Instagram. Algún influencer de moda les vendió las bondades y el desenfreno de nuestra fiesta, y organizaron su viaje dispuestos a pasarlo pipa. El problema es que lo pasaron bien a costa de algo que nosotros estamos perdiendo: el derecho a vivir en nuestra ciudad.
El número de viviendas de uso turístico en Jerez se ha disparado hasta superar de largo las 1.000 registradas oficialmente, y muchas más operan sin control. Este crecimiento voraz ha disparado los precios del alquiler más de un 30% en tan solo los últimos cinco años, mientras los sueldos siguen congelados y ligados a un empleo precario y estacional. Pero la burbuja no afecta solo al alquiler: la compra de vivienda, incluso de segunda mano, se ha convertido en un lujo inalcanzable para la mayoría. Los precios de venta han subido desorbitadamente, imposibilitando que jóvenes y familias trabajadoras puedan acceder a un techo digno y condenándolos a una precariedad habitacional que solo favorece a los especuladores y grandes inversores.
Mientras tanto, la alcaldesa María José García-Pelayo (PP), la delegada de Urbanismo Belén de la Cuadra, el presidente Juanma Moreno y el Gobierno central miran hacia otro lado. Las administraciones, todas, permiten que fondos buitre, plataformas como Airbnb y propietarios especuladores campen a sus anchas. Ni una sola medida valiente para limitar esta fiebre del oro. Ni una sola política de vivienda que ponga freno a esta turistificación salvaje. ¿Dónde están las inspecciones? ¿Dónde está la regulación? ¿Dónde están las viviendas públicas?
Seguimos siendo una ciudad de vacaciones para los de fuera y de precariedad para los de dentro. Nos condenan al monocultivo del turismo y del sector servicios. Nos quieren camareros y camareras al servicio de otros, no vecinos y vecinas con derechos.
Hoy ya es lunes. La magia de la Feria ya se ha terminado. Los jerezanos y jerezanas volveremos a la realidad, a la rutina y a la ruina de buscar una vivienda en portales inmobiliarios donde cada vez hay menos opciones y más precios imposibles. Siempre nos quedará ver qué nos recomienda en un reel nuestro influencer de referencia. A ver si al menos podemos escaparnos a otra fiesta en otro pueblo, agarrar nuestro trolley y alquilar un apartamentito en Airbnb… para así contribuir, sin quererlo, a condenar a otra gente a las mismas fatigas para poder vivir bajo techo que sufrimos aquí.


