Este artículo propone que la polarización y el populismo deben entenderse no como ideologías sustantivas, sino como dispositivos estructurales de organización social y afectiva. A partir de la investigación empírica reciente sobre la base psicológica de la polarización, podemos sostener que los procesos de identificación y antagonismo que soportan la acción colectiva poseen una neutralidad ideológica funcional. La integración entre los marcos psicológico, comunicativo y político permite comprender que tanto la polarización como el populismo son formas de estructurar el espacio social mediante la producción de fronteras simbólicas, capaces de albergar contenidos ideológicos diversos.
En el debate contemporáneo, la polarización y el populismo suelen asociarse con el deterioro del discurso democrático, la fragmentación social y el ascenso de movimientos autoritarios. Sin embargo, esta visión normativa omite un aspecto fundamental: ambos fenómenos pueden entenderse no solo como manifestaciones ideológicas, sino también como estructuras o dispositivos de movilización colectiva. Desde la psicología social se sostiene que la polarización es un proceso comunicativo mediante el cual los individuos se conectan, forman grupos y construyen identidades colectivas. Este proceso, lejos de ser patológico como en muchas ocasiones se nos presenta para los que el único populismo válido es del marketing publicitario comercial, constituye la base psicológica de la acción colectiva, capaz de impulsar tanto movimientos emancipadores como regresivos.
Por su parte, el populismo se concibe como una lógica política que organiza las demandas sociales mediante una frontera antagonista entre “el pueblo” y “la élite”, en este sentido esa un dispositivo anti oligárquico más allá de que aquellos que identifica como oligarquía sean reales o no. En esta perspectiva, el populismo no es una ideología en el sentido clásico ,como el liberalismo o el marxismo, sino una forma vacía susceptible de ser llenada por distintos contenidos ideológicos. No es una ideología, pero sí es un dispositivo de anclaje en los sistemas democráticos, porque requiere el consenso y la participación de la voluntad de las masas. Los modelos recientes sobre polarización muestran que esta cumple un papel fundacional en la constitución de los grupos sociales. Estos modelos teóricos describe un ciclo en el que la comunicación genera conexión; la interacción repetida forma grupos basados en opiniones; la comunicación interna refuerza la identidad, la oposición produce diferenciación intergrupal , la identidad polarizada impulsa la acción colectiva y la comunicación continua mantiene o transforma la polarización.
Estas proposiciones revelan que la polarización no es, ante todo, una división moral, sino un mecanismo de integración social. La dinámica “nosotros/ellos” no destruye el tejido social, sino que lo constituye. De lo que se trata, en la apuesta republicana y universalista de la izquierda, es de construir un “nosotros” que abarque a la totalidad de la humanidad de manera intergeneracional. En este sentido, la polarización es una condición inevitable de la vida colectiva. Las redes sociales digitales amplifican este proceso al ofrecer espacios donde las afinidades se intensifican y los antagonismos se visibilizan pero no lo inventan ex nihilio. La polarización no depende del contenido ideológico del mensaje, sino de la estructura relacional que genera identificación y exclusión. Por eso puede sostener tanto el activismo climático como el supremacismo étnico: el mecanismo formal es idéntico, aunque los valores difieran radicalmente.
El populismo es un modo de estructurar el campo político
Un estudio del 2024 publicado en Nature incide en que la polarización no debe entenderse solo como un problema social, sino como el fundamento psicológico de la acción colectiva. Según los autores, la interacción social, especialmente a través de la comunicación, genera conexión entre individuos afines, quienes forman grupos basados en opiniones compartidas. Estos grupos refuerzan identidades colectivas y se diferencian de otros, lo que produce polarización política y, a menudo, movilización social
Desde la teoría política, el populismo se redefine como una lógica de articulación basada en la construcción de una frontera antagonista. “El pueblo” se constituye como sujeto político mediante la equivalencia de demandas heterogéneas que se oponen a una élite común. Este proceso implica la creación de un significante vacío “pueblo”, “patria”, “99%” que condensa diversas aspiraciones en un mismo marco discursivo. Esta noción se amplía al subrayar el carácter agonista de la política: el conflicto es constitutivo, no patológico. La tarea democrática no es suprimir la polarización, sino institucionalizarla, permitiendo que los antagonismos se expresen sin devenir enemigos irreconciliables. El populismo, entendido así, no es una ideología, sino un modo de estructurar el campo político. La neutralidad ideológica es evidente, puede articular movimientos progresistas o reaccionarios. Lo que los une es la forma, no el contenido: la creación de una frontera entre “el pueblo” y “los otros”. El término dispositivo, en la tradición foucaultiana, designa una red de relaciones entre discursos, instituciones y prácticas que organizan la experiencia y el poder. En esta clave, tanto la polarización como el populismo pueden entenderse como dispositivos: mecanismos que producen efectos de subjetivación, estructuran la percepción del conflicto y canalizan la acción colectiva.
A diferencia de la ideología, que pretende ofrecer una representación global del mundo, el dispositivo opera funcionalmente: no dice “qué pensar”, sino cómo pensar en relación con otros. Su eficacia reside en la organización del campo simbólico, no en la coherencia doctrinal. Este enfoque puede enriquecerse con la perspectiva de Jon Elster, que ve los dispositivos como mecanismos racionales e institucionales que median entre normas, deseos y acciones. En su marco de los “mecanismos sociales”, ciertos patrones ,como la reciprocidad, la envidia o la justificación moral, actúan como intermediarios causales entre las condiciones estructurales y los resultados sociales. Aplicado a la polarización y al populismo, esto significa que ambos funcionan como mecanismos de mediación entre estructura e ideología: no producen directamente creencias, sino que configuran los contextos en los que las creencias adquieren sentido. Dicho de otro modo, son “dispositivos de coordinación emocional y cognitiva” que orientan la acción colectiva sin imponer una ideología determinada.
Así, mientras la lectura foucaultiana enfatiza la dimensión microfísica del poder ,cómo los dispositivos moldean la subjetividad, la lectura de Elster aporta una visión analítica y causal, en la que los dispositivos son mecanismos explicativos de la racionalidad social. La polarización y el populismo, desde esta síntesis, pueden ser vistos como mecanismos-dispositivos que median entre estructura social, comunicación y acción política.Esta distinción permite hablar de una neutralidad ideológica funcional: los dispositivos no son apolíticos, pero pueden servir a múltiples ideologías. Así, la misma estructura polarizadora puede sostener tanto una causa feminista como una nacionalista. En ambos casos, la lógica relacional es la misma: la construcción de un “nosotros” coherente frente a un “ellos” antagonista.El punto de encuentro entre la psicología social y la teoría política radica en la idea de que la identidad colectiva se produce relacionalmente. En ambos campos se describen procesos equivalentes: comunicación, identificación, antagonismo y acción. La cohesión del grupo depende de un afuera constitutivo, un otro que delimita su identidad. Desde la psicología, esto se explica mediante la teoría de la identidad social, que muestra cómo las personas definen su autoestima grupal comparándose con otros. Desde la teoría política, se conceptualiza como antagonismo discursivo: el “pueblo” solo existe en oposición a “la élite”. En ambos casos, el conflicto no es disfuncional, sino constitutivo.
La polarización y el populismo son formas naturales de organización social
Esta convergencia refuerza la tesis de que la polarización y el populismo no son patologías democráticas, sino formas naturales de organización social. Su problema no reside en su existencia, sino en su dirección ideológica y en la gestión institucional de sus efectos. En el contexto contemporáneo, las redes sociales funcionan como infraestructura del dispositivo polarizador. Plataformas como X, Facebook o TikTok favorecen la formación de cámaras de eco, pero también facilitan la emergencia de comunidades políticas autoorganizadas. La exposición a opiniones opuestas no reduce la polarización, sino que la intensifica, precisamente porque refuerza la identidad del grupo propio. Esto confirma que la polarización no es solo cognitiva, sino afectiva y performativa: se trata menos de creencias que de pertenencias.
Desde esta lectura, las redes pueden considerarse dispositivos de retroalimentación emocional, donde el intercambio simbólico genera estructuras de acción colectiva sin necesidad de un proyecto ideológico coherente. En ese sentido, el populismo digital ,desde el trumpismo hasta los movimientos feministas virales, ejemplifica la neutralidad del dispositivo. Las mismas tecnologías pueden servir para erosionar instituciones democráticas o para expandir derechos civiles. El factor decisivo no es la tecnología, sino la orientación del antagonismo que articula.
Existe un matiz aparentemente sutil que diferencia el populismo democrático del populismo reaccionario. Mientras que el primero concibe el populismo como un instrumento de movilización, el segundo tiende a convertir el dispositivo en ideología. Esta perversión es connatural a la etiología del populismo reaccionario, puesto que, en su origen, el populismo era un dispositivo de movilización democrática y antioligárquica, mientras que el reaccionario es, como expresa muy bien su calificativo de “reacción”, un dispositivo de fragmentación y de división del pueblo frente a la oligarquía mediante el engaño. No es una mera casualidad que el populismo reaccionario haya emprendido una Causa General contra la ciencia y el conocimiento. Ya Fichte veía que el amor a la verdad es la antesala del amor a la justicia; por el contrario, el odio a la verdad es la antesala del odio a la justicia, sobre el cual se fundamentan los valores del populismo reaccionario.
Entenderlos como dispositivos no implica justificarlos, sino reconocer su función constitutiva ineludible ,es puro realismo ontológico. La tarea democrática no consiste en suprimirlos, sino en reencauzarlos hacia formas de conflicto productivo, donde la energía afectiva y simbólica que generan pueda sostener una pluralidad agonista y no un antagonismo destructivo. Solo al integrar estas perspectivas, una centrada en la subjetivación, otra en la racionalidad de los mecanismos; es posible concebir la polarización y el populismo como dispositivos de coordinación social, dotados de neutralidad ideológica pero de profunda relevancia política. En ellos se juega, hoy, el equilibrio entre pasión y razón, conflicto y convivencia, que define el horizonte de la democracia contemporánea.


