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Que la tiranía de los horarios y el ir y venir sólo lo suframos los padres y que a ellos tanta actividad les genere felicidad.

Yo confieso. Claudia va a clases de inglés, ballet, música y piano desde los 4 años. Pablo a inglés, música y piano, desde la misma edad. ¿Se agobian por tener las tardes tan ocupadas? No sólo no se agobian sino que os diría, ahora que no me leen, que lo llevan muy bien y son conscientes de todo lo bueno que les aportan estas actividades y las oportunidades que les han llegado de la mano de todo lo que hacen.

Hace una semana que comenzó el curso y esto marca también el inicio de las actividades extraescolares. Como cada septiembre se abre el debate sobre la conveniencia o no de que los niños ocupen su tiempo fuera del horario escolar con estas actividades. La oferta es, además, cada vez más amplia. ¿Suponen estas actividades un sobresfuerzo para los niños? ¿Son necesarias? ¿Les restan tiempo de juego o de descanso?

Lo primero que habría que plantear es qué son estas actividades extraescolares. Ya el propio nombre me parece desafortunado. Plantearlas como un “extra” a lo que es la propia actividad escolar da idea de carga. Y a mí me lleva a reflexionar si alguna de ellas no pudiera integrarse en los contenidos que se enseñan en el colegio. En muchos países europeos se aprende a tocar un instrumento en la escuela (y no me refiero a la flauta Hohner, con todos mis respetos). Es algo natural porque se entiende como fundamental en la formación integral del alumno. Aquí todavía andamos a vueltas con que la música esté presente o no como asignatura en los colegios. Pero esto nos llevaría a discutir sobre las luces y sombras de nuestro sistema educativo.

Más allá de lo anterior y convencidos de las bondades de las extraescolares y su necesidad, habría que plantear como la entendemos los padres y que querrían los niños. Estas actividades debían entenderse como una oportunidad de descubrimientos con los que formarse a distintos niveles y crecer, de afianzar gustos, de probar, de desarrollar cuerpo y mente. Sin competencia, sin agobios, sin obligaciones. Que no nos escuchen quejarnos y que sepamos alentar su entusiasmo si están contentos con lo que hacen. Que sepamos hacerles ver lo bueno que les aportan, incluso el valor de ampliar el círculo de amigos y de desarrollar su dimensión social. Que la tiranía de los horarios y el ir y venir sólo lo suframos los padres y que a ellos tanta actividad les genere felicidad.

Y es posible. Una amiga me contaba que su hija organiza la semana alrededor del día en que va a una de sus extraescolares, la semana empieza el martes porque ese es el día que le toca. Y hay niños para los que su día favorito de la semana es el de sus clases de pintura o de baloncesto o de flauta travesera. Mis hijos van contentos y asumen con naturalidad sus clases de inglés. A Claudia no puedo ni insinuarle que deje el ballet (a pesar de que tiene clases cinco, sí, cinco días a la semana). A pesar de la disciplina de la música y el piano cuando hay quejas (todos atravesamos rachas en la que hacemos con más gusto nuestras cosas y otras en las que se nos hace más cuesta arriba) les damos la posibilidad de dejarlo y la crisis siempre se resuelve de la misma forma: quieren seguir.

El acertar con las extraescolares les puede traer muchas cosas buenas a los niños. Conocimiento, experiencias, amigos, capacidad de organización de su tiempo… Hay que buscar, orientarlos, dejarlos probar, escucharlos, apoyarlos. Y que encuentren lo que les gusta. Entonces no habrá cargas. Habrá alegría de aprender y de disfrutar con lo que uno hace. Así, sí.

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