¿Europa? Al fondo, a la derecha

Sebastián Chilla.

Jerez, 1992. Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla. Máster de Profesorado en la Universidad de Granada. Periodista. Cuento historias y junto letras en lavozdelsur.es desde 2015. 

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El auge de las fuerzas políticas de extrema derecha constituía un peligro en los años que comenzó la crisis económica mundial; hoy, sin embargo, ya es una realidad.

El auge de las fuerzas políticas de extrema derecha constituía un peligro en los años que comenzó la crisis económica mundial; hoy, sin embargo, ya es una realidad. Esta misma mañana nos hemos despertado con una perlita más: en Austria ha ganado las elecciones Norbert Hofer, candidato del FPO (Freiheitliche Partei Österreichs). El Partido de la Libertad de Austria –en castellano- ha conseguido el 35% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de este pasado domingo y se enfrentará el próximo 22 de mayo, en una segunda vuelta, al segundo candidato más votado, Alexander Van der Bellen, ecologista, antiguo líder de Los Verdes y ahora independiente, con apenas un 21 % de los votos. Una vez más, otro país de la UE protagoniza un drástico giro hacia la extrema derecha, protagonizado por un discurso xenófobo, euroescéptico e islamófobo. Un discurso que, paradójicamente, cala y es también mayoritario en países que (supuestamente) han resistido mejor esta crisis sistémica. A este respecto, los ciudadanos debemos tomar conciencia en torno a lo que esconden las cruzadas (ideológicas) que se han ido cociendo al calor de la indignación en Europa especialmente en esta última década.

Una vez más, otro país de la UE protagoniza un drástico giro hacia la extrema derecha, protagonizado por un discurso xenófobo, euroescéptico e islamófobo.

La circunstancia acaecida en Austria viene a atestiguar un fenómeno generalizado en todo el continente, resultado –la historia se repite- de un capitalismo feroz que crea monstruos allá adonde va y de un abandono de la confianza en los partidos tradicionales del sistema. La gran coalición, que se utiliza como remedio para frenar el auge de partidos que buscan un cambio de políticas en la UE, empieza a ser un lastre, incluso para los propios liberales de centro-derecha acomodados en el tipo de repúblicas burguesas en la que nos encontramos. El pueblo europeo –el mismo del que se decía un ejemplo para el mundo, al haber pasado página- es víctima de un populismo desenfrenado que busca dar (hipócritas) respuestas a la vorágine neoliberal incluso donde han ‘parcheado’ a toda costa sus vergüenzas. Es por ello que además de la desregulación y la deslocalización industrial que en teoría dio fuerza a este tipo de nacionalismos, los nuevos movimientos políticos de corte fascista centran su punto de mira en la inmigración, la pérdida de la identidad cultural y el patriotismo más casposo, un apego por los símbolos nacionales que cae por su propio peso al engrosar muchos de sus miembros, cómo no, listas de evasión fiscal a escala internacional o ser protagonistas con sus negocios de la deriva globalizadora que en su mismo discurso critican.

Estamos ante una crisis orgánica que es cíclica en el tiempo y que los demócratas y los socialistas debemos aprovechar para destapar los trapos sucios de un sistema que agoniza pero, como ya sabemos que decía Gramsci, no termina de morir. La realidad es que, lamentablemente, vistas las circunstancias, los demócratas nos agarrarnos a un clavo ardiendo para conservar lo poco que nos queda. Un hecho que ya ha sucedido en el pasado y que estamos observando como sucede otra vez sin que nadie ponga el grito en el cielo. No es sólo Austria; es Finlandia, Suecia, Francia, Holanda, Polonia, Eslovaquia, Hungría, Reino Unido, Grecia…suma y sigue. El fascismo ya no está a las puertas de Europa, ha entrado y se está paseando por toda nuestra casa; se ha acoplado hasta el punto de que ha conseguido que los líderes europeos –todavía liberales y de centro-derecha, en su mayoría, aunque no sabemos por cuánto tiempo- cedan en terrenos como el de los refugiados sirios, dando la espalda a los derechos humanos con sus deportaciones a Turquía. El giro a la derecha traspasa el terreno económico; los socialdemócratas han pasado a ser socioliberales, y los socioliberales a conservadores de pro. Una deriva en la que no sólo han dejado atrás el estado del bienestar sino que con sus políticas y actitudes están sembrando  –con la complicidad de las oligarquías- el miedo y el fascismo.

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