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Si los mafiosos no son sólo una comparsa… ¿Qué hacemos si le cortan las alas a nuestros ángeles de la guarda?

Con la ceniza en la frente y los palcos en la calle, aun resuena por las calles el compás del tres por cuatro. Porque el que es “jartible” es “jartible”, sea cual sea su pasión, y se llevará todo el año masticando el sabor de aquello que le llena. A mí, personalmente, no me disgusta que, a pesar de que no sea Carnaval, algún chirigotero se anime a cantar a capela su cuplé. Lo que no tolero, de ningún modo, es esa vocación de censor que se ha instaurado, como una sombra de otro tiempo, sobre cualquier acción u opinión que nos ofenda. Hecho que se amplifica, hasta su máxima expresión, si hablamos del Carnaval. 

Parece que muchos aun no se han dado cuenta del siglo en el que viven, y siguen defendiendo la libertad de expresión según su conveniencia. Como si se pudieran poner puertas al campo. La gente es libre, o al menos debería serlo, de expresarse y vestirse como le venga en gana, ya sea de diosa o de bombero, y de opinar sobre aquello que desee. No soy periodista. Si escribo, mejor o peor, es porque necesito expresar lo que pienso, a sabiendas de que me expongo a las críticas del resto. 

En el caso del COAC que, como su nombre indica, es un concurso, la gente puede opinar sobre lo que le ofenda y escandalice o le haga reír y disfrutar, pero la última palabra, nos guste o no, estará siempre en manos del jurado. Nadie es quien para denunciar a ninguna agrupación porque siempre, hasta en los años más oscuros, se han cantado las verdades libremente.  

Aun así, no me lo tomo demasiado en serio, porque sé que el Carnaval siempre triunfa y año tras año, por fortuna, la libertad sigue teniendo su ratito de gloria sobre las tablas del Falla. Me da más miedo lo que pasa fuera del teatro, ver como se censura todo lo que se sale de la norma, y como se alimenta al miedo para que la gente reprima lo que siente. 

Hemos llegado a un punto en que uno ya no sabe cómo expresarse, dentro de lo políticamente correcto, sin ofender a algún colectivo. Sí me levanto inspirado una mañana y escribo alguna letra, hago un montaje o simplemente me visto como quiero… ¿Por qué tengo que preguntarme a quién puedo ofender? 

La cosa se ha puesto difícil para las mentes inquietas. Hasta al pobre Egon Schiele ya lo censuran, incluso cuando se cumplen cien años de su muerte. Parece que, en los días de internet, aun hay a quien le asusta ver un cuerpo desnudo. Amigos, bienvenidos a la Nueva Edad Media. Ya no importa, en absoluto, que todos compartamos el mismo “origen del mundo” que Courbet.

Eso sí, la censura es sólo para el pobre, porque, según parece, los peces del acuario no pueden rebatir la opinión del tiburón. Porque si una periodista dice que quien vive en la calle es porque quiere. Si una ministra dice que los obreros deben trabajar hasta que no les queden fuerzas. Si un ministro trata sin educación a los maestros. Si un socialista, desde su yate, dice que tenemos que dejarnos la vida para mantener el nivel del país. Si, mientras muchos se suben el sueldo a costa de las pensiones, nos piden que ahorremos para nuestra jubilación y la de nuestros hijos. Si tenemos que aguantar, con el yugo en el cuello, la guasa insoportable de quien maneja este país de chirigota. Si los mafiosos no son sólo una comparsa…

¿Qué hacemos si le cortan las alas a nuestros ángeles de la guarda? ¿Qué hacemos sin una válvula de escape? ¿Qué hacemos, si no nos dejan cantar nuestra verdad ni en Carnaval? 

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