1. Andaba callejeando, extraviada. Perdida en su fantasía de lo que pudo ser. Rostro inmóvil, inexpresivo, muerto. Ojos sanos cegados. Aún no se había perdonado el pecado de juventud.
2. Era un hombre previsible. Siempre hacía lo que se esperaba de él, lo que el mundo, el entorno, la sociedad, esperaba de él. Era lo que se suele llamar un hombre "formal": aplicado, trabajador, serio. Su filosofía se basaba en el "cumplimiento" que significa "cumplo" y "miento". Y mentía porque a medida en que más se adaptaba al entorno, más inadaptado se sentía por dentro. Se perdió en la búsqueda de su ser.
3. Había una vez una persona mayor, de vuelta de cien mil batallas. Vencedora a veces; sin vanagloria. Con el sosiego de cien años de honradez. Cariñosa y sonriente, con un afecto sobrio, sin aspavientos. De palabras amigas, medidas entre el tú y el yo, para un decir justo. Parecía que cuando hablaba, se despertara un silencio universal. Fiel honda, hasta la muerte. Era, ni más ni menos, que una persona agnóstica, cargada de espiritualidad.
4. Su mente era una cadena imparable de pensamientos, un remolino tumultuoso. Odiaba tanto sobrepensamiento analítico; tanto desmenuzamiento estéril de la realidad: Compulsivo, destructivo agotador. Deseaba resolver las cosas de la vida de un vistazo, por purita intuición. Acaso acompañada de un alma sosegada y a la deriva, trufada de destellos soñadores. Dice Blaise Pascal (1623-1662): “Dos excesos: Excluir la razón; admitir solo la razón ("El monstruo incomprensible", página 57, Edit. Renacimiento).
5. Ya está más cerca de la mudez. Su cerebro se está calcificando. El lóbulo frontal del hemisferio izquierdo, también llamada el Área de Broca, está degenerando. Solo tiene ocurrencias cortas con dificultades para expresarlas. Es un proceso natural desde su cobijo solitario.
6. Llevaba el corazón donde la naturaleza se lo puso: por dentro y no por fuera. Con frecuencia le distraían las veleidades del mundo y su interior se quejaba.
7. Aquel hombre poseía mayor capacidad de sufrimiento y melancolía que de placer y alegría. Se quejaba de su destino. Incluso, se sentía culpable de no haber sido feliz. Por eso, discrepaba de Joubert (1754-1824) cuando decía: “No es feliz quien no quiere serlo”. (El monstruo incomprensible, página 142, Edit. Renacimiento). Era algo biológico, decía nuestro hombre, y se quejaba de la injusta naturaleza.
8. Cobijaban en sus arcas herméticamente cerradas un número incalculable de sueños y paisajes, todos imbuidos de belleza. Visiones de hombres-poetas que murieron antes de que el mundo supiera de ellos. El deseo, las pasiones, vivifican a las personas.
9. ¡Qué suerte la del observador meteorológico que, de algún modo, domina el espacio celestial, bien asentado en la Tierra! Ya no anda quimérico, sino científico por las nubes; ya no despilfarra su tiempo en entelequias. No mira al pasado; pronostica el futuro. ¿Podrá hacer poesía del universo?
10. Parecían venir de muy lejos, de otros mundos. Mundos extraños, inentendibles. Frente a frente, hacían gestos misteriosos. Miradas extraviadas. Silencios prolongados. Agotamiento, cansancio. No pudieron intercambiar sus almas. Y se retiraron a sus posiciones de partida, como en el juego del ajedrez.
11. Las rarezas emocionales están bastante extendidas. Suelen ir acompañadas de ojeras y de una tristeza oculta que no se expone al público. La primera y principal anomalía es la absoluta incapacidad de amar, acaso porque el narcisismo está de moda. O, porque corre y corre, como si fuera dando saltitos en el aire, para llegar antes a no se sabe dónde. O, porque ya no cree en la vida y ha cerrado sus oídos y sus ojos.
12. Precario sentimental: Sí, ya lo sé que “precario” es un término generalmente económico que señala a aquel que no posee los medios o recursos suficientes. Pues bien, aplicado a la vida sentimental, puede tener un significado muy rico. ¿Y si una persona es incapaz de expresar lo que siente? ¿O si alguien es demasiado tímido o lento y se le adelanta otro u otra? ¿Y si uno solo está capacitado para amarse a sí mismo? ¿Y si uno no es tan convencional y decide divorciarse justo en la media estadística de divorcios en España: 16,4 años? ¿O puede ser que sea tan voluble que le gusten cosas distintas de ocho o diez personas a la vez? ¿Y si...? Demasiado frágiles. Dice La Rochefoucauld (1613-1680): "Hay quién jamás se habría enamorado si nunca hubiese oído hablar de amor. (El monstruo incompresible, página 48, Ed. Renacimiento).
13. El delirio de Juanillo. Hubo una vez un "maestro" al que admiraban sus alumnos. Ahora, dice el refrán: "Si quieres saber quién es Juanillo, dale un carguillo". Cada vez que un nuevo mandatario sube al poder (autonómico o estatal) pone su "marca pretendidamente histórica", modificando "profundamente" lo que tienen que hacer los educadores en los colegios e institutos. Eso sí, cargados de interminables tareas administrativas y de una profusa tecnología que coloca en segundo lugar, con suerte, la educación de los alumnos. Dirigentes vacíos, banales. ¡La burocracia mata el sentido!
14. Los que creen que tienen algo que decir a los demás (sacerdotes, políticos, pedagogos...) están seguros de la exactitud de sus conocimientos. No se les para la boca. Sus homilías sutilmente culpabilizadoras, sus discursos aviesamente interesados, sus orientaciones estérilmente vagas, son infalibles. O el racionalismo puro, propio de filósofos enloquecidos. Dichos "sabios" consideran a los demás "filisteos": personas de espíritu vulgar, de escasos conocimientos y de poca sensibilidad artística o literaria. Por eso, insisten en que hay que educar en el pensamiento crítico, porque los demás somos tontos. No confían en el librepensamiento de un criterio propio, personal. Prefiero la afirmación antes que la duda, la asertividad antes que la crítica, la mirada compasiva antes que la reprobatoria. Dice La Bruyère (1645-1696): "El placer de la crítica nos arrebata el de sentirnos intensamente tocados por lo sublime”. (El monstruo incomprensible, página 66, Ed. Renacimiento).
15. La estupidez está tan generalizada que pasa desapercibida. Solo algunos hombres, inadvertidos, se distinguen por su simple sentido común. A medida que la sensatez progresa, la estupidez redobla sus esfuerzos; la alianza de los necios contra los lúcidos gana por mayoría aplastante.
¡Qué difícil elevarse entre tanto fango!
16. Es mejor un apacible caos que un orden incierto; o viceversa, ¡qué sé yo!
"Vivo en un "silencio desierto"…
que es un "grito de hielo".
(Ese montón de espejos rotos, Gonzalo Celorio, página 101, Ed. Tusquets).


