El nuevo presidente de Chile, Gabriel Boric, junto a su equipo. El Estado inteligente.
El nuevo presidente de Chile, Gabriel Boric, junto a su equipo. El Estado inteligente.

Si nuestros amigos, los constituyentes chilenos, se hubiesen impuesto un límite de palabras, quizás su proyecto sería ahora nueva Constitución. O no, quién sabe. Pero es plausible pensar que la incontinencia juvenil y teorizante impidió priorizar y dar confianza. Por mi parte, el asunto pide una mirada más amplia. Porque ese torpe paso de la democracia anuncia sentidos. 

Difícilmente se puede negar que las legislaciones sean progresivamente más extensivas y minuciosas. Cada boletín oficial certifica un palmo de terreno arrebatado a la vida salvaje y otro a un ámbito marginal de nuestras vidas. Algo tienen que ver en esto las tecnologías de la información, cuando ven, escuchan y calculan más. Los identificados, los que nacimos donde moriremos, estamos abocados a convivir bajo ese control, y en alguna medida, en una mejor justicia distributiva. El dominio expansivo de lo legal (no de lo jurídico), trajo una de las innovaciones más chocantes del aborto constitucional andino: considerar a la naturaleza como sujeto de derechos (art. 18). Una naturaleza constitucionalizada es algo que no deja de causar perplejidad, todavía. ¿Cualquiera de nosotros podría representar a la naturaleza en un juicio? (art. 119.8). Pero oiga, quizás ella no quiera declarar. Quizás solo quiera reproducirse. El lío está servido si se piensa que lo que hay de naturaleza en nosotros, puede ser negado sin pestañear por cualquier ley o lección profesoral. Quizás, por boca de la naturaleza, solo debieran informar biólogos y biólogas. 

Dentro de los márgenes del esquema tradicional, acertaba el proyecto chileno cuando reconocía la función social de las cosas comunes, de los ríos, los bosques, los mares... (arts. 78 y 138). Porque imperioso es ir asegurando el acceso de todos a estas cosas esenciales, antes de que nos las arrebaten por escasez. La idea subyacente es considerar que somos responsables (parte del todo), y superar el viejo paradigma del sujeto distante del objeto (la mujer frente a la naturaleza). Esta interdependencia de todo, conduce, desde hace un siglo, a que todo bajo el Estado legal, se convierta en función del Estado, incluso la naturaleza. En este escenario, el bienestar ciudadano tiene mucho futuro. La maquinaria administrativa, cada año más frondosa, con mejores programas, protocolos y funcionarios, maneja la inmensa información social y redistribuye cargas y beneficios con precisión de decimales. 

El futuro es incierto. No digo apocalíptico. Los esquemas venideros no están a nuestro alcance, y no podemos concretar el contrapeso a esta corriente de impronta positivista y socialista que todo lo iguala bajo el Estado. Pero en ese punto, la libertad individual de cualquiera de nosotros será tan necesaria o más que antes. El sujeto de la epistemología tradicional, abocado a ser nudo funcionalizado de la red social, seguirá iluminando de alguna forma esas constelaciones administrativas.

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