Espectroglosas

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Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

'El fantasma de la habitación', de Alfred Kubin.
'El fantasma de la habitación', de Alfred Kubin.

Es bien sabido que hay detalles que se pierden en una traducción; lo que no es tan evidente es que hay detalles que aparecen en la traducción. Podemos llamarlos espectroglosas, aunque, si toda lectura es una forma de reanimar una idea, entonces estos muertos no son familiares de nadie; son fantasmas anónimos.

Lo más habitual es culpar al intermediario, y llamarlos “añadidos del traductor”. Ojalá fuera tan sencillo. Un buen traductor sabe respetar y amar a su texto. Si cree que éste necesita una glosa, un comentario, una apostilla, es porque siente que el texto la está pidiendo a gritos. Que hay algo insuficientemente transparente, insuficientemente articulado o elaborado en él. El traductor sostiene la pluma, pero el espíritu que la guía emana del texto: del texto tal como él lo comprende.

Las espectroglosas son, pues, espíritus innominados que se aparecen misteriosamente en las páginas de algunos libros. Sin embargo, su mortecina blancura encubre una piel mestiza. El autor vertió su semilla al ancho mar, y determinar qué bañista quedó preñado de ella es, a veces, una tarea imposible. El crimen ya ha prescrito, pues los sospechosos pueden extenderse por una formidable escala temporal: ¿fue el editor medieval o el comentarista moderno, el que lo adaptó al persa o el que del persa lo vertió al latín?

Tengo para mí que muchas de nuestras ideas más estimadas son espectroglosas. Les atribuimos un nombre y un rostro, pero, en el fondo, rara vez sabemos de dónde provienen: los hacedores de cultura siguen siendo, en gran medida, anónimos. Cada vez que alguien dice cosas como que Jesús fue el primer socialista, o Buda el primer científico, o Marx el primer posmoderno, extraños fantasmas pueblan el aire, con una oreja de menos o un dedo de más, en un desfile de caretas y disfraces, respondiendo a un nombre falso, fingiendo que un día se murieron.

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