Hace una quincena les hablaba de la España que no lee. Esa que confunde y quiere confundir, que desconoce y que se vanagloria de ello. Pues bien, aquella va a menudo de la mano de otra con la que tiene especial sintonía: la España que alecciona. La España que alecciona suele ser indistinta de, en sus propias palabras, "la España que madruga", la España que levanta a España con el sudor de la frente de otros españoles y no españoles. Suele ser fácil identificar al ‘homo aleccionatus’: señores ―muy a menudo señores― encorbatados, trajeados y peripuestos, de esos de fútil patriotismo en pulsera y ginebra cara con tónica pija en el vagón cafetería del AVE.
Salen por nuestras pantallas, escriben en los periódicos de negocios, exhortan desde sus muy variadas tribunas y usan X (otrora Twitter) para opinar sobre lo que nadie les ha pedido. Incluso pueblan las cadenas mal consideradas progres como representantes del orden establecido y como revelación encarnada del sacrosanto poder del dinero: dicen tener ocho pisos y haber trabajado mucho para conseguirlos. O se jactan de lo que mola trabajar duro entrenando a su sobrino Nadal. Y están ahí para aleccionarnos y para que nos identifiquemos con la pringada que llevamos dentro.
En la aleccionadora España también hay sitio para la más posmoderna: la del criptobro y sus desmanes andorranos; intentando convencer a los pobres incautos que pagan por asistir a sus chiringuitos de feria de que se harán ricos en un santiamén, a lo ‘masivo’. Aquí la lección no se basa en el supuesto esfuerzo, sino en el pillaje extremo: el timo de la estampita de los gurús Gen Z: mentir y aparentar. Con más zarandaja digital, pero apestando a la misma mierda de siempre: la estupidez humana.
Los hay que hasta les compran la papeleta. Por eso, cuando todo un señor presidente de la CEOE dice que en este país no se fomenta la cultura del esfuerzo toca echarse a reír. Y lo dice, una vez más, para cargar contra una propuesta de reducción de la jornada laboral. Además, Antonio Garamendi apela para ello a los máximos referentes en la materia: los deportistas profesionales. Si el tenista Carlos Alcaraz está donde está se debe a que renuncia a un ritmo de trabajo de 37 horas y media semanales y apuesta por innovar raqueteando 24/7. Así se consigue ser el number one y dejarse de hostias. Mucho están tardando los cajeros del Mercadona en llamar a Juan Roig para pedirle que los deje entrenar por las noches pasando garrafas de cinco litros por la cinta. Seguro que así a la mañana siguiente, cuando aún continúe su turno, podrán sentirse más realizados y más entregados a la España que de verdad merece la pena. Y ya no sentirán sobre sus hombros el peso de la contractura, sino el valor de la lección que han aprendido y que llevarán por siempre en el corazón y en los riñones.
No conviene fiarse de quien alecciona sobre sufrimiento y esfuerzo cobrando un sueldo de cinco cifras al mes. No agrada recibir enseñanzas de economía doméstica de quien especula con unas cuantas viviendas heredadas. No puede educar en patriotismo quien evade impuestos para robar a su propio país. La España que alecciona está tan ocupada en predicar natalidad que nunca ha pensado en lo que cuesta labrarse un futuro desde abajo y no poder mantenerse ni a uno mismo. Entre caspa, cuñadismo y huevos gordos, predican su ley sin leyes, cuentan y no callan. Una no sabe si sentir más asco o pereza, pero ya lo pensaré mañana… temprano.
