Ni un buenas tardes, ni un qué desea, ni una sola mirada de refilón me dedicó el susodicho hostelero, cuyas energías estaban concentradas en agasajar a esos otros seres evidentemente superiores a mí.
Me ha pasado ya varias veces, pero la última fue la que más coraje me dio. Tanto que me levanté de la silla y me fui del bar. Serían las seis de la tarde. Venía de pasear al perro, sofocados ambos por las tórridas temperaturas, cuando decidí hacer una pausa y tomarme un refrigerio. Me planté en una terraza a la sombra, donde compartíamos espacio dos guiris, el camarero de cuyo nombre no quiero acordarme, y servidor.
Ni un buenas tardes, ni un qué desea, ni una sola mirada de refilón me dedicó el susodicho hostelero, cuyas energías estaban concentradas en agasajar a esos otros seres evidentemente superiores a mí. O eso o soy invisible, pensé. Mientras tanto, el profesional se esforzaba en hablar una lengua que a todas luces no entendía. Cuando lo vi llevándose las manos a la cabeza como simulando unos cuernos, supuse que no le estaba relatando a sus interlocutores las infidelidades de su esposa, sino que trataba de explicarles que tenía caracoles. Me entraron ganas de gritar snails, pero me contuve, no sé si por no herir su orgullo, aunque él hubiera hecho trizas el poco que a mí me quedaba.
Total que el tío salió tres o cuatro veces, primero para colocarles la mesa, a continuación para traerles los refrescos y por último los platos. Yo seguía fuera de su campo de visión. Así que decidí levantarme y hacer mutis por el foro, aunque sinceramente no creo que nadie lo notara. Quiero suponer que el hostelero -por llamarlo de alguna manera- se frotará las manos cuando ve a dos extranjeros llegar a su negocio. Ya saben, los turistas gastan más y si son guiris y rosados miran menos la cartera. Más o menos como nosotros cuando vamos a Marrakech, donde todo nos parece barato. Hasta aquí perfecto. Pero digo yo que no debe ser tan difícil compaginar el esfuerzo -homérico, puedo dar fe, en el caso de dicho señor- de hablar otra lengua con dos personas de fuera, con la atención al esmayao que además es paisano tuyo.
Tampoco creo que un inglés, francés o alemán se vaya a eslomar por hablar un poquito nuestra lengua, hombre, un poco de cooperación. Más o menos como nosotros cuando viajamos al Norte.
PD: Al final acabé en un bar con propietarios chinos, donde te hacen el mismo caso que a un irlandés.
Comentarios