Pocas veces aprender a hacer algo nuevo como confinarnos, usar la mascarilla, mantener la distancia física, lavarnos las manos varias veces al día había sido tan difícil y tan duro. Y a pesar del excelente cumplimiento de la ciudadanía, seguro que no ha sido nada fácil para ninguno/a de nosotros/as. Sin duda lo que hay que tener claro es que "Mi mascarilla te protege, la tuya me protege a mí", lema que desde la Royal Society quieren difundir a todas las naciones del mundo porque ayuda a mantener bajo el número de reproducción del coronavirus y evita nuevos brotes de la enfermedad.
Y todo ello nos lleva a que probablemente NUNCA volveremos a la NORMALIDAD. Diría yo que necesitamos construir otra normalidad completamente diferente y huir de la antigua ANORMALIDAD.
La normalidad a construir conlleva cambiar nuestras maneras de ver el trabajo, la economía, la salud,....., la vida en general. Y que sepamos que el uso generalizado de mascarillas por parte de la ciudadanía, combinado con distancia física e higiene, puede ofrecer una forma aceptable de manejar la pandemia y reabrir la actividad económica mucho antes de que haya una vacuna que funcione. Y eso obliga a que aprendamos a desaprender, a recolocar las cosas que tenemos en la mochila, a tirar cosas porque ya no sirven en este tiempo, y a dejar espacio para poderla llenar de cosas que sean útiles para este nuevo tiempo.
Volver a la normalidad o mejor dicho a la antigua anormalidad, no se basa en tener un tratamiento o una vacuna que nos permita volver a ello, porque volver a lo que era anormal nos llevará de nuevo a una situación de anormalidad.
Pero la 'nueva normalidad' parece que ha normalizado la aparición de brotes, porque parece que el SARS-CoV-2 es un virus con el que debemos convivir.
En una semana los casos positivos de contactos estrechos, que se confirman, se han duplicado. Además, la media de contactos estrechos positivos a partir de un caso ha pasado de tres a cuatro. Todavía tenemos transmisión aunque no de forma masiva como antes en fase pandémica. No podemos pensar aún en un nivel de incidencia de casos cero. El número que fija el nivel de transmisión comunitaria [R0] es el mismo que el 27 de marzo, 0,86, tras haber subido a 1,08 el 19 de junio, lo que nos hace ver que el nivel de contagio entre la población crece. Las cifras también apuntan a una detección de los casos de personas sin signos de la Covid, ya que casi un 40% de los casos que se diagnostican siguen este patrón. A veces, las personas llevan a cabo una serie de actividades sin medidas preventivas sin ser conscientes de que están infectados. Los asintomáticos y mucho más aun los que tienen síntomas irrelevantes, como una mínima tos o una leve molestia faríngea, son actualmente las personas más importantes en la propagación.
Sea de forma consciente, por la omisión de medidas de protección [uso de mascarilla, distancia de seguridad y lavado de manos], o por desconocimiento, España se encuentra salpicada por muchos rebrotes hasta el momento. Lo que ha llevado a dar pasos atrás, como en las regiones de Aragón. Un indicador indirecto útil es ver casos graves en los hospitales. Cuando los haya (ahora los casos que llegan al hospital son muy leves, porque el número total de casos nuevos es bajo), significará que hay cientos o miles de casos leves por la calle haciendo vida normal y la oleada epidémica estará en ascenso.
Si el control de los casos nacionales parece complicado, la llegada de turistas lo convertirá en un auténtico desafío.
Sigue olvidándose que la economía no tiene problemas, es la pandemia la que se los causa. Si se reduce a cero la enfermedad, la economía despegará. Los países que impidan el acceso de nuevos casos a su territorio habrán vencido a la pandemia. Por ello, es necesario repensar las medidas que tiene ahora España en el control de fronteras.
Quizás, el ritmo de la sociedad en que vivimos del todo ahora y ya, y la premura que exigen las respuestas a la pandemia chocan con los tiempos de la salud. Esperemos que nos sepamos adaptar a los nuevos tiempos.


