Acoso sexual en el trabajo y en la política: una violencia silenciosa que sigue demasiado presente

Cuando la violencia se ejerce desde un cargo público, deja de ser solo un delito o una falta ética: se convierte en una forma de dominación que erosiona la democracia, destruye carreras y anula voces

05 de diciembre de 2025 a las 11:37h
Paco Salazar, exdiputado socialista.
Paco Salazar, exdiputado socialista. MAURI BUHIGAS

El acoso sexual continúa siendo una de las formas de violencia más normalizadas y a la vez más invisibilizadas en España. A pesar de los avances legislativos, de las campañas públicas y de la creciente conciencia social, sigue produciéndose precisamente en los espacios donde jamás debería existir: en el trabajo, en las instituciones y en los lugares donde se toman decisiones que afectan a toda la ciudadanía.

Cuando el poder se convierte en un arma

En el entorno laboral, el acoso sexual se esconde tras la jerarquía. Pero en la política esta dinámica se amplifica: quien ocupa un cargo electo o de responsabilidad institucional ejerce un poder no solo administrativo, sino simbólico, mediático y social. Y cuando ese poder se usa para intimidar o agredir, la víctima queda en una situación de extrema vulnerabilidad.

Los ejemplos recientes en la política en España lo demuestran con crudeza:

• La Fiscalía investiga al líder del PSOE en Torremolinos por acoso sexual

Una militante presentó denuncia ante la Fiscalía contra Antonio Navarro, secretario general socialista en Torremolinos, por presunto acoso sexual. Un caso que, lejos de ser aislado, refleja cómo la política puede generar espacios donde las mujeres jóvenes o militantes de base quedan expuestas a dinámicas de abuso.

• Las denuncias contra Paco Salazar

Varias mujeres han relatado un comportamiento reiterado y humillante por parte del ex alto cargo:

“Se subía la bragueta en tu cara, escenificaba felaciones y pedía vernos el escote.”

“Salía del baño a medio vestir y no se abrochaba la cremallera hasta tenerla a la altura de tu cara.”

Un patrón de misoginia, intimidación y sexualización constante. Un ejemplo extremo de cómo un cargo público puede convertir un espacio laboral en un entorno de violencia sexual sistemática.

• Dos mujeres acusan al alcalde de Algeciras (PP) de acoso sexual y abuso de poder

Una denuncia asegura que el alcalde llegó a colocar la mano de ella sobre su entrepierna. Otra relata tocamientos en un acto institucional. También se han descrito acercamientos físicos no consentidos e insinuaciones en el despacho del regidor.

• El machismo institucional en la Asamblea de Madrid

En la cámara regional se han vivido episodios indignantes:

— “No me pongas morritos, que me desconcentro”, dijo el consejero Jorge Rodrigo (PP) a la diputada Marisa Escalante de Más Madrid en pleno debate parlamentario.

— Otro diputado llegó a afirmar que “cuando se enfadan las diputadas de la oposición, le pone”, reduciendo la participación política de las mujeres a un espectáculo al servicio del deseo masculino.

Son comentarios que no solo humillan, sino que revelan una cultura profundamente arraigada de cosificación y falta de respeto institucional.

Y junto a estos casos de la política que salen fácilmente a la luz, hay miles de casos en la vida cotidiana y en el trabajo que son una vulneración de derechos laborales y humanos.

Acoso en el trabajo para humillar, aislar o generar un clima de miedo o violencia 

El acoso laboral (o mobbing) es un comportamiento continuado que tiene como objetivo o efecto:

  • Humillar, degradar o intimidar.

  • Aislar o dificultar el trabajo de una persona.

  • Generar un clima de miedo, hostilidad o violencia.

  • Menoscabar la dignidad o integridad psicológica.

    Las formas habituales de acoso laboral son:

    1. Acoso psicológico o moral

    2. Acoso sexual

    3. Acoso por razón de género, origen, orientación sexual, discapacidad…

    Toda empresa o administración tiene la obligación legal de:

    • Prevenir el acoso.

    • Atender cualquier denuncia.

    • Proteger a la víctima.

    • Sancionar conductas probadas.

    Un centro de trabajo sano exige tolerancia cero ante cualquier forma de violencia.

    El acoso en el trabajo no es un conflicto personal ni un problema de “carácter”. Es una agresión. Y como tal, debe tratarse: con firmeza, seriedad y protección para quien la sufre.

Cada uno de estos comportamientos es violencia

No son errores.

No son malentendidos.

No son bromas.

Son agresiones, ejercidas desde posiciones de poder y amparadas durante años por silencios cómplices, por estructuras jerárquicas sin controles claros y por la falta de mecanismos efectivos para proteger a las víctimas.

Y cuando la violencia se ejerce desde un cargo público, deja de ser solo un delito o una falta ética: se convierte en una forma de dominación que erosiona la democracia, destruye carreras y anula voces.

La normalización: el enemigo más peligroso

El mayor problema no es la existencia de acosadores.

El mayor problema es que, durante décadas, el sistema político y laboral ha mirado hacia otro lado.

Las víctimas saben que denunciar implica exponerse a:

• que se dude de su credibilidad,

• represalias laborales o partidistas,

• campañas de desprestigio,

• ser señaladas como problemáticas o exageradas.

Por eso la mayoría de los casos nunca llega a un juzgado.

Y por eso tantos agresores continúan en puestos de responsabilidad, a veces incluso ascendiendo.

No son casos aislados: es un problema estructural

El acoso sexual no entiende de partidos.

No entiende de ideologías.

No entiende de derechas ni de izquierdas.

Donde hay poder sin control y víctimas sin protección, hay abuso.

No existe un “caso puntual”. Existe una cultura entera que lo permite, lo tapa o lo relativiza.

¿Qué hace falta para acabar con ello?

1. Protocolos obligatorios y públicos en todas las instituciones, administraciones y partidos.

2. Formación real en igualdad y prevención del acoso para cargos públicos y mandos intermedios.

3. Comisiones independientes, sin influencia política, para tramitar denuncias.

4. Protección laboral, psicológica y jurídica completa para quienes denuncian.

5. Suspensión cautelar inmediata ante indicios verosímiles.

6. Un cambio cultural y legislativo profundo, que impida que el poder se use para intimidar, sexualizar o humillar.

Conclusión: basta ya

El acoso sexual no es un asunto privado.

No es un comentario desafortunado.

No es una broma.

Es violencia.

Y es violencia que destroza vidas, carreras, autoestima y confianza en las instituciones.

Es terrible.

Y sí: hay que acabar con ello.

La sociedad está preparada.

Ahora falta que las instituciones —todas— estén a la altura.

Lo más leído