Esa no es mi cruz

Foto Francisco Romero copia

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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En ocasiones las declaraciones de los políticos fagocitan en cuestión de segundos las horas, sudores y lágrimas que lleva consigo la elaboración técnica de acciones concretas. Muy a menudo se culpa a la prensa de descontextualizar sus palabras, cuando la mayoría de las veces ésta no es más que el mero mensajero de sus ilustres discursos, así como de sus respectivos deslices –para disgusto del gabinete de comunicación–.

Esta semana, cuando el programa de actividades en torno al 8 de marzo tenía que ser el objeto de atención, el protagonismo se lo llevó las palabras de Carmen Collado, delegada de Igualdad, Acción Social y Medio Rural, quien a modo de reflexión y ante los micrófonos preguntó: “¿Dónde están las mujeres en la Semana Santa?”, destacando incluso que no ve a las mujeres cargando pasos. Testimonio que sin duda iba a tener mucho tirón mediático en una ciudad eminentemente cofrade como Jerez. Y, como cabía de esperar, le dieron cera.

La lucha por la igualdad entre mujeres y hombres es en sí misma material inflamable. Cuestiona el orden hegemónico patriarcal establecido y despierta el recelo de un amplio sector de población que no está dispuesta a perder sus privilegios. A su vez, siempre ha sido transgresora y rebelde, y no decae pese a las fobias que levanta a su paso. Sin embargo, quien se adentra en esta lucha tiene que tener mucha cautela, pues no le faltarán detractores dispuestos a morder la yugular ante la mínima excentricidad o traspiés, con el único fin de deslegitimar toda la historia de los feminismos y desvirtuar el sentido de la causa.

En el caso que nos ocupa, tal y como reivindican las mujeres cofrades, son muchas las jerezanas que desempeñan distintos roles dentro de las hermandades, otra cosa es que Collado conociera el funcionamiento de las mismas y que ese ejemplo tuviera más eco mediático que otros que ella expuso en la misma rueda de prensa –tal y como ella misma señala más tarde en un comunicado–. 

Tampoco hay que exonerar a las cofradías de ser entes con una jerarquía patriarcal –alentada por una institución religiosa que a menudo nos blasfema mensajes misóginos–, pero esa estructura endémica no varía mucho de la que repiten sistemáticamente la mayoría de entes sociales, como, por ejemplo, los partidos políticos que actualmente se disputan la presidencia del gobierno. De hecho, estoy segura que Collado no podría ofenderse si una cofrade le da por respuesta: ¿Dónde estaban las mujeres en las últimas primarias estatales del PSOE? En esto de la igualdad de oportunidades –aunque en diferentes grados–, todos arrastramos un San Benito y pocos logramos darle al cerdo su San Martín.

Ejemplos hay muchos para reflexionar sobre el lema de la campaña municipal de igualdad “¿Y qué pasa con nosotras?”, pero, probablemente, el de cargar pasos no fuera el más acertado. Sinceramente, ver a las mujeres cargar no es un logro que me empodere mucho, habiendo otras luchas que, en cuestión de políticas de género, me preocupan mucho más.

Como esas jóvenes con estudios universitarios, idiomas y másteres cuya meta laboral más próxima es conseguir otra casa que limpiar ante las precarias expectativas laborales que les brinda la ciudad –desempeñando la labor que hicieron sus madres para sufragarle los estudios, en una eterna espiral de pobreza–. Me preocupa aquellas otras que dejan de trabajar porque el coste de las guarderías se eleva a la misma cuantía del salario que percibe -siempre menor que el de su pareja-, y a la que le sale más barato quedarse en casa, menguando su futura cotización. Me preocupa la falta de requisitos en los pliegues de contratación que exijan presencia de féminas en aquellas empresas que dan servicio al Ayuntamiento. Me preocupa que cuando hay recortes aumente la precarización de los colectivos feminizados como las limpiadoras o cuidadoras de dependientes, cuya defensa de sus derechos laborales es una bata silenciosa mucho menos molesta que las violentas faldas pretorianas. Me preocupa que en Jerez los bares con música en directo estén más vigilados que las discotecas que regalan la entrada o las copas gratis a las chicas y cobran dinero a los chicos, difundiendo la perversa idea de que para pillar cacho las primeras tienen que ser cosificadas y los segundos hacer un desembolso económico.

Como verán son muchas las cruces que ya cargamos sobre nuestros hombros –y cuya levantá sería mas liviana con acciones políticas comprometidas–, como para fastidiarnos más vértebras al grito de “Al cielo con ella”. Como señala una amiga cofrade que sale cada año de nazarena, ironizando sobre este tema: “Yo soy muy cofrade, pero tampoco soy tan pecadora”. A mi, que sólo me gusta el santo que tenga puente, tampoco voy a luchar por esa penitencia. Esa, esa no es mi cruz.

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