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Porque tu historia igual que la de mi tierra la escribieron labriegas y campesinos que se dejaron la espalda y el hambre ante el terror de los caciques y los señoritos.

Aquel invierno aprendí que de todas las naciones del Estado, Galicia era más hermana que ninguna. Nunca miraron a Madrid. Ni en las derrotas, que fueron muchas, ni en las victorias, que fueron menos. Nunca miraron a Madrid. Ni cuando la mancha negra de petróleo avasallaba la Costa de la Muerte y arrebataba el único sustento de tantas familias. En lugar de esperar limosnas, las gallegas y gallegos arrastraron sus rostros curtidos en las tragedias hasta la orilla de la playa y allí lucharon con lo poco que tenían. Luego, vino el resto del mundo, pero sus manos encalladas por la tierra y el mar clavaron primeros las palas contra el fango negro y contaminado del Prestige.

Por eso, no me sorprendió que el pasado domingo en lugar de esperar a un Gobierno con todos los recursos destinados a reprimir Cataluña, o a una Xunta que con sus recortes dejó el pasto a merced de la especulación, salieran con cubos, cabeza alta y dignidad a defender los bosques que las llamas arrebataban con saña. Por eso, volví a sentir que aquella patria se parecía tanto a la mía: Andalucía. Por eso identifiqué la mirada de aquellos pueblos que comparten presente y pasado. Y las cenizas de sus ramas olían igual que las de Doñana, que se clavaron en la garganta y el recuerdo un domingo de junio.

Porque tu historia, gallega, igual que la de mi tierra, la escribieron labriegas y campesinos que se dejaron la espalda y el hambre ante el terror de los caciques y los señoritos. Porque tus marineros, como los míos, encallaron las noches de otoño y miraron las olas con la incertidumbre de quien tiene una familia que alimentar y depende del capricho del temporal. Porque tus pazos tienen la silueta de los cortijos y ahora miráis al cielo como en el sur en los tiempos secos, cuando los estragos de la sequía asoman y el campo llora en silencio.

“En mi hambre mando yo”, y tú siempre mandaste en la tuya. En la gente con petate que cruzó el océano. En la emigración de tantas generaciones ahogadas y cansadas por la miseria. El exilio de Castelao y el disparo a Lorca. Los versos y los dibujos. Las madres con melena al viento y el puño en alto. La rebeldía, las huelgas y la resignación. La oscuridad de un miedo que cala los huesos tanto como la humedad. Y el dolor, sobre todo tu dolor, que lo comparto y siento como propio.

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